martes, 30 de noviembre de 2010

III

Hoy hace tres años que este blog echó a andar. Ha sido un año con menos historias, pero con la misma dedicación y entusiasmo. 32 posts con los que espero que hayáis disfrutado tanto como yo. De estos 32, unos 8 han sido gracias a vuestros “chivatazos”. ¡Muchas gracias! Las sugerencias son siempre bienvenidas, al igual que lo son los comentarios o los re-tweets.

Sin duda, una de las sorpresas de este año fue el correo que recibí de Xavier Jufre, correo que luego acabó en una entrevista en la que nos dio más detalles de su modelo para el Artificio de Juanelo.

En Las Vegas, asombrado comprobando que el número de subscriptores había subido a 5.486. Fue un problema técnico de feedburner. Lástima ;-) Más fotos

Durante estos últimos 365 días, el BlogRoll ha continuado creciendo con Recuerdos de Pandora, Sentados Frente al Mundo y En la trébede. Sin olvidar a Amazings.es, ese blog de blogs en el que tuve la oportunidad de colaborar hace unas semanas.

Antes de pasar a las frías estadísticas, daros la gracias a todos los que os habéis pasado por aquí este año y espero que lo sigáis haciendo muchos más. ¡Un abrazo!

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Los posts más leídos de este año:
- Jill Price, la mujer que no puede olvidar
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- Los limpiaparabrisas intermitentes, el invento que todos los fabricantes de coches quisieron utilizar y ninguna pagar
- Y las islas Saint Kilda se quedaron solas

Aunque con menos visitas, otro de mis posts favoritos del año ha sido el de “La fortaleza natural de Monemvasia”, un lugar imprescindible de Grecia, por el que tuve la suerte de pasar en 2009.
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martes, 23 de noviembre de 2010

Y la Revolución Soviética llegó al calendario

La mayoría de la Europa Católica había adoptado el calendario gregoriano en 1582. Algunos países protestantes habían tardado bastante más, pero habían acabado haciendo el cambio. Sin embargo, en Rusia, la oposición de la Iglesia Ortodoxa había conseguido que en 1918 el país aún siguiera el desfasado calendario juliano. Las cosas cambiarían con la llegada de Lenin al poder, quien en su empeño por crear una nueva sociedad, una de sus primeras medidas fue la de abolir el calendario juliano y decretar la adopción del gregoriano “con el objetivo de instalar a Rusia en el mismo sistema de medida del tiempo que casi la totalidad de naciones avanzadas ya usaban”.

Calendario Soviético del 1930 que conserva meses irregulares y semanas de 7 días

Sin embargo, en aquel tiempo, Rusia estaba inmersa en la guerra civil que enfrentaba a bolcheviques y el denominadoMovimiento Blanco, que agrupaba a partidarios del Zar y a otros grupos contrarrevolucionarios, por lo que su decreto sólo fue aplicado en la parte del país bajo control bolchevique. Mientras, la Rusia “blanca” continuaba siguiendo el anterior calendario, llegándose a dar la situación de que si un territorio cambiaba de manos, cambiaba de fecha.

Como sucedió en otros países cuando hicieron esta misma transición, para corregir el desfase producido por el paso de los años, los días que van del 1 al 13 de febrero nunca existieron para los bolcheviques, y al 31 de enero le siguió el 14 de febrero.

A finales de la década de los 30, acabada la guerra y establecido el régimen comunista, ya hace mucho, los soviéticos volvieron a poner los ojos en el calendario y se comienzan a discutir otras maneras de organizar la semana productiva que pudieran mejorar la productividad del país. Yuri Larin fue el primero en proponer la idea de una semana de trabajo continua, sin fines de semana. Fue en mayo de 1929 durante la celebración del Quinto Congreso de los Trabajadores, Soldados y Campesinos Soviéticos. La idea parece que pasó bastante desapercibida, por lo que no aparece ni mencionada en el discurso de clausura de dicho congreso.

Sin embargo, en junio de ese mismo año, Larin consigue el apoyo de Stalin para su idea y las cosas cambian. Inmediatamente, se dan órdenes expresas para que la prensa comience a ensalzar la idea y en unos días el Consejo Económico Supremo pide a sus expertos que propongan un plan para la implantación de la semana productiva continua en tan sólo dos semanas. Las cosas se mueven deprisa y a mediados del mismo mes de junio, Larin, muy probablemente hinchando la cifra, ya afirma que el 15% de la industria ya estaba funcionando en modo continuo.

Calendario Soviético del 1930 con un día de descanso cada 5, pero con los días organizados según las antiguas semanas de 7 días

Una vez el gran líder se había pronunciado en favor del nuevo sistema, a la semana continua no paraban de lloverle partidarios. A finales de agosto es el Consejo de Ministros el que declaraba esencial que se prepare la transición al nuevo sistema en empresas e instituciones durante el año económico 1929-1930. La duración de la semana continua aún no se especifica.

No queda claro, pero parece ser que el primer día de aplicación de la nueva semana fue el 1 de octubre, a comienzos del nuevo año económico. En un primer momento, se fija su duración en 5 días. Aunque más tarde, se especifica una semana de 6 días para la construcción y para otros trabajos de carácter estacional. Mientras que para las fábricas que paraban su producción una vez al mes, se adopta una semana continua de 6 o incluso 7 días. Los días de la semana pierden su nombre y cada día es asignado un color o un número romano (del I al V). A cada trabajador se le asigna un color o número, el color de su día de descanso.

Con el nuevo calendario soviético, que tenía que ser eterno, el año quedaba dividido en 72 semanas de 5 días. Tres de las cuales tenían alguno de los cinco días de fiesta nacionales intercalados. Estos días de fiesta, que fueron cambiando a lo largo del tiempo, en 1929 eran el 22 de enero (aniversario de El Domingo Sangriento  y día de Lenin), 1 y 2 de mayo (día internacional de los trabajadores) y el 7 y 8 de noviembre (conmemoración de la Revolución de Octubre). Estos días, no formaban parte de ninguna semana, sino que quedaban fuera del sistema de colores y eran, en teoría, festivos para todos los trabajadores.

Calendario Soviético del 1931 con las semanas de 5 días y días numerados del I al V

Según algunas fuentes, el nuevo calendario no sólo modificaría la duración de las semanas, sino que también racionalizaría la duración de los meses, que pasaron a ser todos de 30 días o lo que es lo mismo, tener 6 semanas de 5 días. Los 5 días que faltaban para llegar a los 365, serían los anteriores 5 festivos nacionales, que se consideraría que no pertenecían a ningún mes, sino que se situaban intercalados entre ellos.

Sin embargo, no queda del todo claro hasta qué punto se llegó a aplicar, si es que se llegó, esta modificación de la duración de los meses. Por ejemplo, el periódico oficial del partido, el Pravda, siguió usando las fechas del calendario gregoriano. Existen ejemplares con fecha del 31 de junio, julio, agosto, octubre y diciembre, pero en todo este tiempo no hay ningún ejemplar de ningún 30 de febrero. Incluso, pese al ferviente ateísmo del régimen, el Pravda sigue usando “Resurrección” y “Sabbath” para referirse a sábado y domingo. También parece que la mayoría de los calendarios de bolsillo conservados de esta época siguen mostrando los irregulares meses del calendario gregoriano y, además, organizados en filas o columnas de 7 días, que comienzan por el domingo. Se conserva alguno que muestra las semanas de 5 días y los días etiquetados con los números del I al V, pero son los menos.

Este nuevo sistema tenía como objetivo incrementar la productividad y hacer un uso más eficiente de los recursos, al permitir que las fábricas permanecieran abiertas y funcionando todos los días del año. En un día de trabajo cualquiera, el 100% maquinaría de la fábrica podía estar funcionando, con sólo un 80% de su plantilla.

Pero, aparte de ser un intento de aumentar la producción industrial, la adopción de un nuevo calendario carente de connotaciones religiosas era un paso más de la estrategia de acoso y persecución de la religión por parte del gobierno. Por un lado, la substitución de las festividades tradicionales ortodoxas por otras de carácter patriótico o ideológico dificultaba la preparación y celebración de las festividades antiguas. Por otro, la adopción de una semana de laboral de 5 días, en la que el día de descanso no tenía por qué coincidir con el domingo, hacía más difícil guardar y asistir a los oficios religiosos del “día del Señor” o de cualquier otra festividad que tradicionalmente se celebrara en domingo.

“Año 25 de la Revolución Socialista. Diciembre 1937. 12, sexto día de la semana de seis días”

En cuanto al descanso de los trabajadores, si comparamos esta nueva semana de 5 días con sólo un día de descanso con la de 5 días laborales y un fin de semana de 2 días. En un período de 35 días, es decir, 5 semanas de 7 días o 7 de 5 días, con la semana actual se trabajan sólo 25 días, mientras que con la “soviética”, 28. Viendo estos números se puede considerar que la implantación de la nueva semana implicaba una reducción del número de días de descanso de los trabajadores. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los fines de semana de 2 días eran un lujo que en aquel tiempo sólo se podían permitir algunas industrias y en algunos países.

Por ejemplo, en Estados Unidos, Henry Ford comenzó en 1926 a cerrar sus fábricas los sábados y los domingos, aunque, la implantación generalizada en todo el país de los fines de semana de 2 días no llegaría hasta 1940.

Sin embargo, la situación de la Unión Soviética era muy distinta. En aquel tiempo, era un país que se estaba industrializando y antes de la reforma del calendario sólo había un único día de descanso a la semana, por lo que con la nueva semana de sólo 5 días los trabajadores ganaban ligeramente en cuando a días de descanso. En la comparación anterior, en 35 días, pasarían de 30 días de trabajo a sólo 28.

Pero no todo eran ventajas, el hecho de que el día de descanso no fuera el mismo para todos hizo que, en las parejas en las que el marido “era” de un color y la mujer de otro, la vida familiar se resintiera. Lo mismo sucedió con la vida social, al resultar mucho más difícil mantener el contacto con las amistades de otro color. Pero, aparte de estos problemas, la productividad tampoco subió todo lo esperado. Con el nuevo ritmo de trabajo, la maquinaría se estropeaba más a menudo. La máquinas no estaban preparadas para funcionar de manera continua, 24 horas al día, los 5 días de la nueva semana, y, además, al no haber paradas semanales se dificultaba llevar a cabo su correcto mantenimiento. Tampoco ayudaba que el nuevo sistema obligara a que las máquinas tuvieran que ser manejadas por obreros menos familiarizados con su funcionamiento particular.

Calendario Soviético del 1937 con las semanas de 6 días

Sólo en los primeros meses, parece que ya existían más de 50 implementaciones distintas de la semana continua en toda la Unión Soviética. La más larga de ellas de 37 días, 30 días seguidos de trabajo y luego 7 días de descanso. Pero aunque no existía unanimidad, la implantación de la nueva semana no se detenía. Si los planes no fallaban en abril de 1930 el 43% de los trabajadores de la industria tenía que seguirla, y en octubre el porcentaje tenía que llegar hasta el 67%.

Mientras nuevas empresas adoptaban la nueva semana, durante mayo de 1930 comienzan a aparecer las primeras empresas la abandonan y deciden volver a la antigua semana de producción interrumpida. Pese a ello, es durante el mes de octubre de este año cuando se alcanza el mayor nivel de implantación de la semana continua y llega al 72.9% de toda la industria. Un número que muy probablemente estuviera inflado por los políticos y por las propias empresas, ya que muchas decían adoptar la nueva semana, pero en realidad continuaban con la anterior. Durante este tiempo, la semana continua también se aplicó en el comercio o entre el funcionariado, aunque no se hicieron públicas cifras de su adopción.

La impopularidad de la nueva semana entre los trabajadores unida al resto de problemas llevan a que Stalin en junio de 1931 condene la semana continua tal y como se estaba implantando, y ordena una adopción temporal de la semana de 6 días interrumpida. No se cumplen por tanto los planes según los cuales durante ese el año económico, el 1930-1931, todos los sectores industriales, a excepción del textil, tendrían que estar trabajando de forma continua.

Calendario Soviético del 1939 con las semanas de 6 días

Con la nueva semana se recupera el día de descanso semanal común para todos los trabajadores. Se hace coincidir el primer día de cada mes con el primer día de la semana, de manera que los días 6, 12, 18, 24 y 30 de cada mes son de descanso. El último día de los meses que tenían 31 era siempre un día de trabajo extra en la industria que junto con los cinco primeros días del mes siguiente hacía que acabaran trabajando 6 días seguidos. Más afortunados eran algunos funcionarios y trabajadores comerciales para los que los 31 eran siempre festivos.

Finalmente, en noviembre se decreta el abandono definitivo de la semana continua, quedando restringido su uso a empresas que producían de manera continua, como fundiciones, hospitales y otras instituciones sociales y culturales. El 1 de diciembre de 1931 es considerado el día en que se abandona la continua y se vuelve a una forma de semana interrumpida. Unos años después, en 1935, tan sólo el 25.8% de los trabajadores sigue alguna forma de semana continua. Y el 27 de junio 1940, se elimina el único vestigio de las reformas que aún quedaba en el calendario. Se abandona la semana de 6 días y se vuelve la de 7 días, con el domingo como día de descanso común para todos los trabajadores

Enlace permanente a Y la Revolución Soviética llegó al calendario

+posts:
- Cuando las semanas eran de 10 días y los días de sólo 10 horas
- El Edificio Narkomfin, la utopía de la vida colectiva
- El misterioso zumbador de la UVB-76
- El pozo más profundo de la Tierra
- Stanislav Petrov, el hombre que salvó al mundo

+info:
- Calendario revolucionario soviético en es.wikipedia.org y en.wikipedia.org
- Soviet Calendars and the Quest for Industrial Efficiency by Thomas Gangale
- The book of calendars by Frank Parise in Google books
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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mario Capecchi, el niño de la calle que llegó a Premio Nobel

No queda claro si las experiencias de mi infancia ha contribuido a mis éxitos o si estos logros han sido obtenidos a pesar de ellas”, respondió Capecchi en 1996 en Japón al recoger el premio Kyoto en Ciencia Básica.

Capecchi trabajando en su laboratorio

Capecchi vino al mundo un 6 de octubre de 1937 en la ciudad italiana de Verona. Su padre Luciano era un aviador. Su madre, Lucy Ramberg, era una poetisa norteamericana perteneciente a una familia de artistas que, tras conocer, a Luciano se mudó a Italia. Allí pasó a formar parte de un grupo de artistas llamado “Los Bohemios”. Viajaba mucho y había dado clases en la universidad de la Sorbona en París.

En un comienzo, la pareja llevaba una vida tranquila, pero la cosa cambiaría después de la aprobación de las “Leyes Raciales. La madre, que hasta entonces no se había implicado en política, comenzó a escribir y repartir panfletos antifascistas y contra los alemanes. Paralelamente, el padre fue llamado a filas y partió hacia África, donde se integraría en una unidad de artillería antiaérea.

Antes de partir para África, el padre de Mario, consciente que era más que probable que el espíritu rebelde de su mujer le acabara trayendo problemas con las autoridades, acordó con una familia de campesinos de Bolzano que, a cambio de una cantidad de dinero, si su mujer era detenida, ellos se hicieran cargo del hijo de ambos. En otras versiones de la historia es la propia Lucy, la que decide vender todo lo que tiene y con el dinero que obtiene hace un trato con la familia.

En cualquier caso, los temores se vieron cumplidos un día de 1941, cuando Lucy fue arrestada por agentes de la Gestapo y, a los pocos días, deportada al campo de concentración de Dachau. Mario tenía entonces sólo tres años y medio.

Afortunadamente, gracias a la previsión de su padre, o de su madre, el pequeño Mario no se quedó tirado en la calle. Tal como habían acordado con su padre, la familia de Bolzano se hizo cargo de él. Todo fue bien durante el primer año, pero entonces lo echaron de casa. Capecchi no entiende ni recuerda lo que fue lo que sucedió, tampoco ha sobrevivido nadie que pueda aclararlo. Tal vez, se les acabara el dinero, tal vez, fueran otros los motivos, pero con apenas cuatro años y medio, Mario tuvo que buscarse la vida por su cuenta. Su padre, estaba desaparecido en combate, y su madre, en el mejor de los casos, en el campo de Dachau.

Comenzó vagando por la carretera que unía Bolzano con Verona y acabó uniéndose a varias pandillas de niños que estaban en su misma situación. Sin adultos que cuidaran de ellos, el grupo se las arreglaba para comer de lo que iban pillando en los caseríos y en las ciudades por las que pasaban. El propio Mario no lo oculta, eran una banda de ladronzuelos, tampoco es que tuvieran otra salida. Iban de un lugar para otro y se escondían donde podían para evitar ser atrapados. Su única preocupación era la de sobrevivir un día más. Cuando no estaba en las calles estaba en orfanatos.

Pero las cosas se pusieron aún más feas para el pequeño Mario cuando comenzó a sentirse mal. Mario no recuerda muy bien lo que pasó, pero de repente un día de 1945 se encontraba en el pasillo del hospital de la ciudad de Reggio Emilia. Afortunadamente, parecía que algún buen samaritano lo había recogido de la calle y lo había llevado hasta allí. Padecía tifus y habría muerto de no haber sido tratado a tiempo por los médicos del hospital.

Su salud mejoraba, pero, sin padres, su futuro continuaba siendo incierto. Reconoce que varías veces se le pasó por la cabeza escaparse del hospital, como antes lo había hecho de los orfanatos por los que había ido pasando. Afortunadamente para Mario, esta vez la debilidad y las fiebres se lo impidieron. Desde luego que fue una suerte, porque en la habitación de aquel hospital recibiría la visita de una persona, que él creía muerta, que cambiaría su vida.

Fue un día de 1946 cuando Capecchi había cumplido ya los 9 años. Una mujer entró en su habitación con un traje típico tirolés para él. Era su madre. La sorpresa fue mayúscula para ambos.

Tropas americanas hacen guardia en la entrada del Campo de Dachau, justo después de su liberación. | Wikipedia

Aunque el pequeño Mario no tenía ni idea, su madre había conseguido sobrevivir a Dachau y después de la liberación del campo por parte de los norteamericanos había regresado a Italia y había comenzado a buscarle de manera incansable. Como si se tratara de un milagro, después de más de 5 años separados, su madre había conseguido dar con él.

Después del asombroso reencuentro, se mudaron a Roma y desde allí prepararon su marcha a los Estados Unidos. Gracias al dinero que les envió el hermano de su madre, Henry, pudieron hacerse con unos pasajes de barco para Estados Unidos. Al cabo de unos días partían del puerto de Nápoles rumbo a Nueva York.

Capecchi recuerda como a las pocas horas de su llegada a Ellis Island, ya estaban subidos a un tren con su tío Edward con dirección a Princeton, donde vivía la familia, y al día siguiente ya estaba asistiendo a clase, aunque no tenía ni idea de inglés. Más tarde madre e hijo, se mudarían con la familia de su hermano a Ben Gweled, una pequeña comunidad “colaborativa” de Pennsylvania, algo así como una comuna cuáquera, de la que su tío había sido cofundador, en la que viviría hasta cumplir los 18. Capecchi valora la experiencia como positiva y cree que le ayudó a adquirir una cierta consciencia social difícil de encontrar en un tiempo en el que en Estados Unidos el imperaba en el individualismo.

Su madre, sin embargo, nunca se recuperó del todo de su paso por Dachau, nunca volvió a ser la misma. Según Capecchi, vivió toda su vida alejada de la realidad en su “mundo de imaginación”, y es por ello que tuvieron que ser su tío Edward y su mujer los que se hicieran cargo de él.

A partir de aquí, la vida de Mario Capecchi podría haber sido similar a la vida de cualquier otro Premio Nobel. Pero no fue así, la vida aún le tenía reservada una sorpresa más. En 2007, después de serle concedido el Premio Nobel en Medicina y de que su nombre saliera en periódicos y televisiones de medio mundo, una mujer de Carintia (Austria) llamada Marlene Bonelli reconoció su apellido y reconoció en aquel investigador italoamericano a su hermanastro del que no sabía nada desde hacía casi 60 años.

Era cierto. Aunque su madre, ya muerta, jamás le había hablado de ella, Mario tenía una hermanastra. Sucedió dos años después de la desaparición de su padre, cuando Lucy conoció a un brasileño de origen alemán. Esta vez, sí que queda claro que fue ella la que se encargó de asegurarse que en caso de problemas Marlene estuviera a salvo y la que confió a unos amigos, Max Bonelli y Luise Linder, su hija.

 Mostrando la portada del Dolomiten con la noticia del reencuentro con su hermanastra. | DayLife

Marlene tuvo una infancia más fácil que la de Mario. Fue adoptada por los amigos de su madre y, con el tiempo, gracias a que sus padres adoptivos no le ocultaron sus orígenes, pudo conocer a su padre biológico. Marlene sabía que había tenido un hermanastro y que su madre había sido deportada, pero tanto ella como su entorno creían que ambos habrían muerto durante la guerra. La consulta de los papeles de su adopción durante un viaje a Trento tampoco le ayudó a saber mucho más.

Por su parte, los esfuerzos de Capecchi de averiguar algo más sobre su pasado tampoco habían dado resultado. En 2002, durante un congreso científico celebrado en la ciudad de Verona, pasó un día en los archivos municipales, pero no encontró ninguna pista.

Después de que Marlene se pusiera en contacto con el periódico italiano Dolomiten, este se encargó de hacerle llegar al Premio Nobel unas fotos de su supuesta hermanastra. Sólo con las fotos, y gracias al enorme parecido que guardaba con su madre, Capecchi ya estaba casi totalmente convencido de que era su hermanastra. Tuvieron que pasar unos meses hasta que el mismo periódico organizara el reencuentro de los dos hermanastros en mayo del 2008. Mario tenía 71 y Marlene, 69.

Aunque de pequeños apenas habían coincidido unos meses, fue un momento más que emotivo para ambos. Tampoco fue un obstáculo que, al no hablar Marlene inglés ni Capecchi, alemán, que necesitaran un traductor. Después de los abrazos, pasaron un buen rato hablando y compartiendo las fotos de sus vidas separadas. Al acabar Capecchi afirmó que su hermana era “una persona muy agradable, como debería ser cualquier hermana”.

Este artículo ha sido mi primera colaboración en amazings.es, donde apareció publicado este lunes.

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- El enigma de Kaspar Hauser 
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- Los hermanos Collyer, los ermitaños de Harlem
- El rayo de la muerte y su inventor

+info:
- Mario Capecchi en es.wikipedia.org y en.wikipedia.org
- Era un niño de la calle, me salvó mi madre en ElPaís.com
- Mario Capecchi: The man who changed our world in The Independent
- El Nobel de la Calle en ElPaís.com
- La hermanastra perdida del Nobel en BBCMundo.com
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