lunes, 29 de marzo de 2010

La plaga de baile de 1518

Un día de julio de 1518, en una calle de Estrasburgo, una mujer llamada Frau Troffea comenzó a bailar de manera fervorosa. Pero no era una danza normal, pues según cuentan los cronistas, Troffea bailaría durante más de cuatro días, apenas parando para comer. Para entonces, ya no lo hacía sola, sino que eran 34 personas más las que la acompañaban, y el número no paraba de aumentar. Pasado un mes, ya eran más de 400, entre hombres, mujeres y niños.

El baile de la boda (1566) de Pieter Brueghel

Todos los indicios parecían indicar que el baile de San Vito había llegado a la ciudad. Una enfermedad temida, que hacía que los que la sufrían bailaran y se retorcieran de forma compulsiva en medio de alucinaciones y visiones, gritando de forma furiosa y, en muchas ocasiones, echando espuma por la boca, proporcionando a los afectados una apariencia de locura o, peor aún, de poseídos.

A medida que la plaga empeoraba, las autoridades buscaron el consejo de los médicos de la ciudad. Sorprendentemente, entre todos creyeron que lo más adecuado para estos enfermos del baile era que siguieran bailando, según el parecer generalizado, los enfermos sólo se curarían si no paraban de bailar durante las 24 horas del día. Para ello, habilitaron varios salones y construyeron un escenario de madera. Todo para que pudieran bailar a su aire. Y por si esto fuera poco, las autoridades contrataron a músicos para que tocaran y a bailarines profesionales para que los acompañaran.

La música servía, además de cómo estimulo para evitar que dejaran de moverse, como cura para sus males. En aquellos tiempos, se creía que la música era capaz de sanar, no sólo los males del cuerpo, sino también los del alma.

Para finales de verano, la plaga de danzantes ya se había extendido hasta varias docenas de ciudades y pueblos de Alsacia, y los bailarines comenzaban a morir aquejados de infartos, derrames cerebrales o, simplemente, de agotamiento. Muchos de los que resistieron acabaron siendo llevados a pie o en carro hasta alguna capilla cercana dedicada a San Vito. Santo al que muchos rezaban como último recurso y que se convirtió en el patrón de los danzantes. Finalmente, a principios de septiembre, la epidemia comenzó a remitir.

Por extraña que parezca, esta plaga de baile no es la primera de la que se tiene constancia. En 1374, en una docena de ciudades de la cuenca del Rin, coincidiendo con unas gravísimas inundaciones que habían traído la desesperación y el hambre a la región, cientos de personas fueron poseídas por una compulsión irrefrenable que también las obligaba a bailar. Se retorcían, giraban y contorsionaban durante horas, incluso días, chillando en medio de visiones y alucinaciones. En cuestión de semanas, la epidemia se extendió a grandes áreas del noreste de Francia y Holanda. Tuvieron que pasar meses hasta que la epidemia remitió.

Estrasburgo en 1493

Durante el siglo XV, fueron sólo unos cuantos los estallidos de este tipo de plagas de los que se tiene constancia. El más importante, en 1491, en un convento de monjas de los Países Bajos. Varias monjas fueron “poseídas por el espíritu de familiares malvados” que hacían que corrieran como perros, saltaran de los árboles imitando a los pájaros o maullaran como si fueran gatos. Aunque estas “posesiones” no se limitaron a los conventos, fueron las monjas las más afectadas. Durante los dos siglos siguientes, episodios similares se repitieron en otros conventos de París o Roma.

En el caso de Estrasburgo, como ocurrió en 1374 en la cuenca del Rin, la plaga tampoco vino sola, sino que lo hizo precedida por una sucesión de hambrunas provocadas por una serie de inviernos y veranos extremos. En este caso, fueron las heladas y las granizadas las que habían echado a perder las cosechas. El precio del pan había llegado hasta precios máximos y el hambre causaba grandes mortandades. Los que sobrevivían tampoco lo tenían fácil y muchos acababan arruinados por las deudas. La ciudad estaba llena de campesinos que lo habían perdido todo y que no tenían otra opción que mendigar por sus calles. A las ya temidas y conocidas lepra y viruela se les unían nuevas enfermedades como la sífilis, que se cebaba con ellos.

Las monjas, sin embargo, parecían estar protegidas de muchas de las calamidades de la época. Aunque los propios conventos podían no resultar el ambiente más sano, psicológicamente hablando. Muchas no estaban allí por decisión propia, sino por decisión de sus padres. Sin embargo, una vez dentro, les era muy difícil salir. Aunque, a veces, las que mostraban una desesperación mayor no tenían porque ser las que no parecían tener ningún tipo de vocación, sino, precisamente, a las que les sobraba, atormentadas y obsesionadas por el temor de no entregarse lo suficiente.

Las plagas de baile, o las posesiones en los conventos, son episodios tan extraños que lo más fácil es pensar que no existieron. Sin embargo, se dispone de una gran variedad de fuentes documentales que dan cuenta de su existencia. En muchos casos, las plagas fueron descritas de forma independiente por médicos, cronistas, monjes y sacerdotes. En el caso de Estrasburgo, incluso, figuran en las actas municipales las acciones tomadas por las asustadas autoridades.

Martirio de San Vito de Richard de Montbaston (S.XIV)

Pero, ¿qué era lo que producía estas maratones de baile?

Se ha especulado sobre la posibilidad que los bailarines formaran, en realidad, parte de algún tipo de culto herético. Aunque los testimonios de su época coincidían en describir a los danzantes como enfermos, no como herejes. Ni siquiera la Iglesia de la época, siempre dispuesta a combatir las herejías con contundencia, los veía como tales. Tampoco existe ninguna evidencia, según cuestiona el profesor John Waller de la Universidad de Michigan en su libro “A Time to Dance, a Time to Die”, de que los danzantes lo hicieran por voluntad propia.

Otros estudiosos han recurrido al cornezuelo (también conocido como ergot) para explicar las epidemias. Los partidarios de esta hipótesis sostienen que los enfermos podrían haber consumido pan contaminado con este hongo que contiene sustancias psicotrópicas. Durante la Edad Media, las intoxicaciones con él eran muy frecuentes. El ergotismo, en aquel tiempo conocido como el “fuego de San Antonio”, podía producir necrosis de los tejidos y gangrena en las extremidades. Muchos conseguían sobrevivir, pero quedaban mutilados de por vida, en algunos casos perdiendo todas sus extremidades.

Sin embargo, en la actualidad, se ha llegado a un cierto consenso entre psicología, historia y antropología, y la mayoría de los que han estudiado la cuestión defiende que las verdaderas causas de las plagas de baile, así como las oleadas de posesiones en los conventos de Europa, eran más psicológicas y culturales que fisiológicas. Según esta versión, las epidemias habrían sido el resultado de un trastorno psicogénico masivo, un tipo de histeria colectiva que acostumbra a aparecer después de largos periodos de angustia y tensión.

Uno de los motivos más importantes que les permite argumentar así es la falta de auto-control que mostraban los afectados. Según Waller, defensor también de esta versión, este comportamiento podría ser debido a que los danzantes habían caído en un estado de trance disociativo y presentaban un estado de consciencia alterado. De no ser así, es difícil de entender que alguien pudiera bailar durante días, hasta tener los pies magullados y sangrando, y no parar. Durante la epidemia de 1374, los testimonios coinciden en señalar que los bailarines no parecían totalmente conscientes, sino que mostraban una actitud frenética y salvaje, poseídos por sus visiones.

Waller reconoce que es factible que el cornezuelo pudiera haber inducido las alucinaciones y convulsiones, pero cree bastante difícil que fuera este hongo el causante de las interminables maratones de baile, puesto que uno de los síntomas del ergotismo es la reducción de la cantidad de sangre que llega hasta las extremidades, lo cual, aparte de producir fuertes dolores, dificulta moverse y, por supuesto, bailar.

Grabado de Hendrik Hondius I de una obra de Pieter Brueghel. Original

Waller achaca la irrupción de la epidemia de baile al contexto cultural y social de la época general y, en particular, a la situación extrema por la que pasaba Estrasburgo. Se trataba de una sociedad demasiado susceptible a la influencia de santos y demonios, lo que la convertía en terreno abonado para la aparición de supersticiones, miedos y falsas creencias. Se creía, por ejemplo, que si alguien provocaba la ira de San Vito, el santo enviaría una epidemia del baile compulsivo que lleva su nombre (¿?). Según Waller, los ciudadanos de Estrasburgo, antes del estallido, estaban convencidos, de alguna manera, que la ira del santo se había desatado sobre la ciudad.

De esta manera, los más vulnerables comenzaron a temer la posibilidad de ser presa de esa maldición, y eso los convirtió en más propensos a caer en un estado de trance involuntario. Un estado que en grupos sometidos a una situación de angustia y temor, como era el caso, puede resultar extremadamente contagioso. Además, en este caso, la decisión de las autoridades de reunir a todos los afectados y hacerlos bailar en las partes más bulliciosas de la ciudad, no hizo sino que facilitar este contagio, ayudando a que la epidemia se extendiera sin control. Todo lo contrario de lo que recomiendan los expertos en la actualidad.

Cuando una persona entraba en trance, aunque era de forma involuntaria, actuaba como se esperaba de los afectados por la maldición, bailando de manera descontrolada durante días. Y, a cada nueva persona “poseída”, los que quedaban, más convencidos estaban que la maldición era una realidad.

En definitiva, según Waller, todo fue una consecuencia de la desesperación, la devoción y, sobre todo, de la sugestión. Así, la plaga comenzó a perder fuerza al mismo tiempo que las creencias sobrenaturales que la habían producido comenzaron a perderla. Durante la década siguiente, la ciudad de Estrasburgo se convirtió al protestantismo y dejó de ser susceptible, según Waller, a este tipo de epidemias al abandonar la adoración de santos.

¿? Extrañamente, San Vito era el santo al que se invoca contra ese baile, “su” baile .

PS: A partir de una recomendación de v., llegué a este otro tema. ¡Gracias, v.!

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- La heroica cuarentena de Eyam contra la Peste

+info:
- Dancing Plague of 1518 in en.wikipedia.org
- Looking Back: Dancing plagues and mass hysteria in thephychologist.org.uk
- Dancing Plague” and other Odd Afflictions Explained in Discovery Channel
- Dancing death in BBC
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martes, 16 de marzo de 2010

El prodigioso y desaparecido artificio que Juanelo construyó en Toledo

El 23 de febrero de 1569, en Toledo, se puso en funcionamiento un artificio mecánico capaz de subir al día más de 14.000 litros de agua desde el río Tajo hasta el alcázar de la ciudad. Eran 100 metros de desnivel, una altura que había resultado insalvable para la tecnología de la época, pero Juanelo Turriano lo había conseguido. Cómo lo hizo es, todavía hoy, motivo de debate.


Posible reconstrucción romano que estuvo en pie hasta el siglo X. Original en Toledo Olvidado

Juanelo Turriano, de nacimiento Giovanni Torriani, nació en el Milanesado en 1501. Poco se conoce poco de su infancia. Su leyenda lo retrata como un pastorcillo de familia humilde dotado con un talento innato para la astronomía. Sin embargo, parece más realista pensar que fue su amigo Giorgio Fondulo, un profesor de la Universidad de Pavía, el que lo inició en dicha ciencia.

Según algunos, Turriano habría comenzando a formarse trabajando en el taller de su padre, del que se desconoce el oficio, pero al que el propio Turriano se refiere como “maestro” en alguno de sus escritos. Según otros, su padre era sólo un humilde molinero del río Po. En cualquier caso, se da por hecho que Turriano no acudió a la universidad, sino que adquirió la mayor parte de sus conocimientos mediante la práctica y no la teórica. Aunque no por ello era un iletrado analfabeto.

Años más tarde, ingresaría como aprendiz en algún taller de relojería de Cremona, donde, con el tiempo, conseguiría el grado de maestro. Posteriormente, se mudaría a Milán, donde daría sus primeros pasos como inventor de máquinas ingeniosas. Diseñó una potente grúa, una máquina para dragar la laguna de Venecia (auténtico desafío de la ingeniera italiana de la época) y mejoró algunas bombas de agua.

En 1530, Turriano conocería a Carlos V durante su visita a Milán. Francesco II Sforza, duque de la ciudad, quiso obsequiar al emperador, un apasionado de los relojes, con el astrario de Giovanni Dondi, que era considerado una maravilla de la época. Turriano recibió la distinguida misión de volver a ponerlo en marcha, aunque, finalmente, se empeñó en construir uno nuevo. Le llevó más de 20 años de trabajo, pero Carlos V quedó encantando con su obra, por lo que le concedió una pensión vitalicia y le encargó otro planetario: el “Cristalino”.

Según las descripciones de la época, el nuevo planetario se trataba de “una esfera de metal, cubierta por un cristal, en el cual un zodiaco tenía su propio movimiento”. En el año 1554, Carlos V lo nombra Relojero Real y Turriano se incorpora al servicio del emperador en Bruselas. Allí conocería, entre otros, a Juan de Herrera, y, años más tarde, acompañaría al emperador a su retiro en Yuste, con el que permanecería, hasta su muerte en 1558, encargándose del mantenimiento de sus relojes.

Tras la muerte del emperador pasó al servicio de su hijo, Felipe II. El nuevo monarca no era tan aficionado a los relojes y autómatas como su padre, pero no quiso prescindir de sus servicios, así que lo nombra Matemático Mayor. El italiano asesora a la Corona en numerosas obras de ingeniería (especialmente, hidráulicas), como las del Canal del Jarama, la presa de Colmenar o del embalse de Tibi. Durante este tiempo, además, diseña las campanas de San Lorenzo del Escorial, construye varios molinos y continúa creando nuevos autómatas, algunos tan conocidos como el misterioso “Hombre de palo”.

Escala de Valturio en su “De Re Militari” del 1462. Disponible en googlebooks

Es en 1565 cuando Turriano se instala definitivamente en Toledo. Para aquel entonces, la ciudad ya no es la capital imperial, pues ya hace unos años desde que Felipe II estableció su Corte en Madrid. En los años en los que lo ha sido, Toledo ha vivido una época de esplendor y expansión demográfica, aunque no ha resuelto su problema de suministro de agua que arrastra.

Durante la época romana, el agua llegaba hasta la ciudad gracias a un acueducto-sifón. Un tipo de acueducto que se valía del uso del principio de los vasos comunicantes para reducir su altura. Para ello, el agua no circulaba a cielo abierto, sino que lo hacía por dentro de una cañería. El acueducto, que tenía menos altura que los puntos que unía, estaba compuesto por un primer tramo descendente, seguido de uno llano y, finalmente, otro ascendente para recuperar el nivel. De no haberse construido el tramo llano, la presión a la que se hubiera visto sometida la tubería hubiera sido mucho mayor.

Una vez en la ciudad, el agua se almacenaba en un sistema de depósitos, del que la Cueva de Hércules parece que formaba parte, y del que la gente se abastecía. Sin embargo, después del abandono que sufrió durante la Edad Media, en el siglo XVI apenas quedaban las ruinas del acueducto. La noria gigante que se había construido en tiempos de la dominación musulmana también había desaparecido. Así que Toledo no tenía otra opción que ahogar su sed con los cántaros de agua que se subían a lomos de burros cada día desde el Tajo. Era un método ineficiente y penoso, los animales tenían que superar un desnivel de casi 100 metros cargados con los cántaros.

Varios habían sido los intentos para “modernizar” la situación, pero todos sin éxito. Los sistemas de bombas fracasaron por la enorme presión a la que sometían, y que eran incapaces de aguantar, las tuberías. Para reducir la presión, se pensó en un sistema que superara el desnivel por etapas, aunque la idea tampoco funcionó.

No es de extrañar, entonces, que en una de sus primeras visitas a Toledo, Turriano ya recibiera el desafío por parte de Alfonso de Ávalos, Marqués del Vasto de idear un método más eficiente para llevar el agua hasta la ciudad. El proyecto, sin embargo, parece que quedó aparcado hasta el 1565, cuando la ciudad lo contrató a sugerencia de Felipe II. Después de cerrar un acuerdo con los representantes del monarca y de la ciudad, Turriano se puso manos a la obra a trabajar en su artificio. El ingeniero correría con los gastos de la obra y la ciudad le pagaría cuando estuviera acabada y comprobara que funcionaba. 8.000 ducados del rey y una renta de 1.900 de la ciudad para él y sus sucesores.

En sólo cuatro años, el ingenio estaba listo y suministraba a la ciudad unos 14.100 litros al día, un 50% más de lo comprometido. La primera subida de agua fue el 23 de febrero de 1569. Las autoridades de la ciudad pudieron comprobar lo bien que funcionaba, pero, para sorpresa de Turriano, rehusaron pagar arguyendo que puesto que el agua se almacenaba en el Alcázar era para uso exclusivo del palacio real y no para el de la ciudad.

Frustrado y en una situación económica complicada, Turriano propuso a la ciudad la construcción de un segundo artificio. Esta vez sería él el que retendría los derechos de su explotación. La obra se completó en 1581 y, esta vez, al parecer, Turriano sí que cobró. Aunque su calvario no había acabado. El ingeniero no podía hacer frente a los posteriores costes de mantenimiento del ingenio y tuvo que acabar cediendo su control a la ciudad.

El artificio había causado gran sensación. No sólo dentro de España, donde la mayoría de grandes escritores del Siglo de Oro lo mencionan en sus obras, sino también fuera. Hasta entonces sólo se había conseguido subir agua a menos de la mitad de la altura a la que lo hacía la máquina de Juanelo, unos 40 metros, en Augsburgo (Baviera) usando un tornillo de Arquímedes. Pero pese al éxito y el renombre ganado, Turriano moriría en su casa de Toledo casi en la indigencia el 13 de junio de 1585, poco después de haberse visto obligado a ceder su artificio a la ciudad al no poder hacerse cargo de su mantenimiento. Su cuerpo fue enterrado de caridad en el Convento del Carmen.


Lo poco que quedaba del artificio en 1868. Antes de ser demolido. Fotos originales en Toledo Olvidado

Las máquinas, sin embargo, continuaron funcionando hasta el 1639, aunque cada vez dando un rendimiento menor. Para entonces, por culpa de la falta de mantenimiento y del robo de piezas, las dos máquinas ya estaban en un muy mal estado. Ese año, la primera fue desmantelada y la segunda se dejó en pie como símbolo de la ciudad. Sin los artificios de Juanelo, la situación volvió a la normalidad y el agua volvió a subir a la ciudad a lomos de sus burros. Con el paso del tiempo, poco quedó del segundo. El pillaje lo acabó reduciendo a ruinas también.

Pero pese al paso de los años y la desaparición física de la maquinaría, la admiración por el artificio no se ha perdido, y la respuesta a la pregunta de cómo funcionaba el Artificio de Juanelo todavía sigue siendo motivo de controversia. Han sido varios los que han intentado encontrar una explicación y varios los modelos propuestos, pero no es una tarea fácil, al no haberse conservado ningún plano o dibujo del artificio. Lo único con lo que han podido contar, los que lo han intentado, ha sido con las descripciones efectuadas por los viajeros y escritores de la época.

El primero en enfrentarse al reto fue el ingeniero de minas Luis de la Escosura y Morrogh en 1888. El ayuntamiento de Toledo le había encargado un estudio sobre el problema de abastecimiento de agua de la ciudad, que en esa época aún seguía sin solución. Escosura aprovechó para interesarse por el antiguo artificio e intentó averiguar cómo funcionaba. Escosura partió de lo que había dejado escrito sobre el artificio Ambrosio de Morales, amigo y humanista de Juanelo. Sin embargo, pronto se dio cuenta era demasiado complicado hacerse una idea de su funcionamiento sólo con esa descripción, por lo que decidió buscar la inspiración en alguna ilustración de algún libro de la época.

Vista general y detalle de la máquina de Ramelli para elevar agua de un río. Original(PDF)

Al cabo de un tiempo, Escosura creyó encontrar lo que buscaba en una lámina del ingeniero renacentista italiano Agostino Ramelli en la que muestra el diseño de una máquina para elevar agua. Escosura, sin embargo, hizo pequeñas adaptaciones para que la máquina se ajustara mejor con la descripción de Morales. Cambió los cajones y canales por cazos metálicos y caños, y sustituyó la transmisión original de la lámina por una basada en escalas de Valturio, para hacerla encajar mejor con el fragmento de la descripción de Morales: “La suma de [esta invención] es anexar o engoznar unos maderos pequeños en cruz por en medio y por los extremos, de la manera que en Roberto Valturio está una máquina para levantar un hombre en alto”.

Estas escalas, accionadas por el giro de una rueda, se moverían de forma alternativa y proporcionarían a los cazos el movimiento de vaivén que la máquina de Ramelli necesitaba para su funcionamiento. Un cazo primero descendería para recoger el agua del cazo anterior para luego ascender y verterla sobre el cazo que le seguía. De esta manera, de cazo en cazo, el agua iría ganando altura. Para completar el modelo, Escosura le agregó otra noria que movería una cadena o correa con vasijas de agua y que sería la que subiría el agua desde el río hasta la primera de las máquinas.

Durante mucho tiempo, la hipótesis postulada por Escosura en su “El artificio de Juanelo y el Puente de Julio César” fue ampliamente aceptada, hasta que el investigador de la técnica Ladislao Reti, intrigado por la cuestión, decidió investigar más. En seguida, comprobó que existía más descripciones y documentos de la época de que los que Escosura había usado para formular su hipótesis y, en 1967, propuso su propio modelo.

El torreón de Ramelli

Curiosamente, Reti también se sirvió del mismo libro de Ramelli, “Le diverse et artificiose machine”, para inspirarse, pero reconoció el artificio de Juanelo en una lámina distinta. También se trataba de una máquina que servía para elevar agua gracias a una noria, pero esta vez lo que se hacía oscilar eran los cazos situados en una torre de manera vertical, no sobre un plano inclinado. Según Reti, este sería el verdadero secreto del artificio. Los cazos, o cucharones, de la torre oscilarían de manera que el agua iría pasando de cazo en cazo a través de un caño o tubo hasta subir al depósito superior, desde el cual los cazos de la siguiente torre se encargarían de seguir elevando el agua.

El artificio también estaría compuesto además por dos ruedas hidráulicas. La primera funcionaría como una noria normal y serviría para superar los primeros 14 metros de desnivel. Mientras que la segunda proporcionaría la fuerza motriz para hacer oscilar los torreones de cazos. Con varios de estos torreones el agua superaba finalmente todo el desnivel.

Las dos posiciones de una de las torres

Modelo del artificio completo siguiendo el modelo de cazos oscilantes. Original

Unos años depués, el estudioso Nicolás García Tapia corrigió algunas de las imprecisiones de este modelo y propuso un nuevo modelo basado en él. El mayor problema del anterior modelo era que las torres contaban con una única vía de agua, cuando en la mayoría de documentos siempre se habla de dos. Tampoco parecía coincidir la apariencia de las torres con la descripción que dio de ellas un viajero inglés, según la cual “…los dos lados de la máquina parecían dos pies que alternativamente pisaban el agua, como los hombres que exprimen las uvas en el lagar cuando la vendimia…”.

Teniendo en mente estos problemas y algunos otros, García Tapia propuso unas modificaciones a la solución de Reti. Las torres de su modelo son, en cierta manera, el resultado de combinar ingeniosamente dos de las de Reti en una sola. De esta manera, las torres tendrían dos vías de agua y una apariencia simétrica, lo que haría que su movimiento bien pudiera recordar al de un hombre saltando alternativamente sobre cada uno de sus pies.

Modelo modificado de García Tapia, ver animación

En la actualidad, la de García Tapia es la hipótesis defendida por la Fundación Juanelo Turriano. Sin embargo, tiene, aparentemente, un defecto: no utiliza las escalas de Valturio de las que habla Ambrosio Morales. Según los que apoyan la teoría, tal problema no existe. Por un lado, Morales bien podría haber confundido la disposición de las tablillas que unen los cazos con una de esas escalas, pues la forma es similar, y, además, la descripción de Morales es un tanto ambigua y no permite concluir con total seguridad si bien se refiere simplemente al modo en que estaban encajadas las tablillas unas con otras o si, en efecto, formaban una escala.

Además, la teoría de Reti-García Tapia se vio reforzada con hallazgo y publicación en la Revista de Estudios Extremeños del casi desconocido “Itinerario hispánico del Chantre de Évora en 1604” . Un relato en el que un canónigo de Évora cuenta su peregrinación de 30 días por el centro de España y que le lleva a visitar Toledo. Como no podía ser de otra manera, allí visita el artificio del que dice estar formado por varias torretas oscilantes de cazos que subían el agua de forma escalonada. El documento además incluye unos esquemas, que aunque son bastante rudimentarios, son los únicos realizados por alguien que viera el artificio en funcionamiento.

Esquema del artificio según el Chantre de Évora

Más recientemente, el ingeniero Xavier Jufre (ver entrevista) ha propuesto un nuevo modelo basado totalmente en escalas de Valturio, en este caso verticales. Las diferentes escalas, situadas sobre un plano inclinado, se moverían de forma alternativa hacia arriba y abajo. De manera que cuando una escala se encuentra desplegada del todo, y sus cazos se encuentran en su posición más alta, vierte su agua sobre la siguiente, que se encuentra su posición más baja al estar casi plegada del todo. De esta manera, el agua iría pasando de escala en escala hasta superar todo el desnivel. Las escalas se plegarían y desplegarían mediante un sistema de transmisión accionado por el movimiento de una noria.

El mecanismo según Xavier Jufre Garcia. Original

PS(i): En el 1998 se firmó un contrato para reconstruirlo.
PS(ii): El príncipe heredero de Japón, Naruhito, visitó sus ruinas un veraniego día del 2008.

Actualización 7-Septiembre-2010: Entrevista a Xavier Jufre en la que nos explica las bondades de su modelo y otras muchas cosas interesantes

Enlace permanente a El prodigioso y desaparecido artificio que Juanelo construyó en Toledo

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+info:
- La página del artificio de Juanelo Turriano por Ricardo Reinoso
- Artificio de Juanelo in en.wikipedia.org
- Juanelo Turriano, relojero e ingeniero cremonés (PDF) de la Fundación Juanelo Turriano
- El Artificio de Juanelo en Toledo Olvidado
- Reconstrucción del artificio de Juanelo (PDF) por Miguel Bermejo Herrero et al.
- El final del Artificio de Juanelo (PDF) por Julio Porres Martín-Cleto
- El artificio de Juanelo y el Puente de Julio César (PDF) de Luis de Escosura y Morrogh
- Homenaje a Juanelo Turriano en ABC.es
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lunes, 8 de marzo de 2010

Centralia, el pueblo que arde bajo los pies

Un día de 1979, Centralia se dio cuenta de la verdadera magnitud del peligro que llevaba años ardiendo bajo sus pies. El propietario de una de las gasolineras del pueblo introdujo una vara metálica en uno de los tanques subterráneos para comprobar su nivel de combustible. Lo había hecho mil veces, pero esta vez le sorprendió lo caliente que estaba la vara cuando la sacó. Desconcertado, decidió comprobar la temperatura con un termómetro... Algo raro sucedía, al sacarlo, el termómetro marcaba 78°C.

Cartel que advertía del fuego
Nadie sabe con total seguridad como empezó el principio del fin para Centralia. Aunque parece ser que fue en mayo de 1962 en un vertedero de basuras situado a las afueras del pueblo. Como hacía todos los años, el ayuntamiento había contratado los servicios de una empresa de control de incendios para que limpiara el vertedero municipal. Otros años, cuando el basurero se encontraba en otro lugar, no había habido problemas. En 1962, sin embargo, el basurero ocupaba una antigua mina a cielo abierto abandonada.

Centralia, como la mayoría de ciudades del noreste de Pensilvania, se había dedicado durante mucho tiempo a la minería de la antracita. En 1962, con el progresivo abandono del carbón como medio de calefacción en favor del gas y petróleo, la mayoría de las minas comenzaron a dejar de ser rentables y comenzaron a abandonarse. Sin embargo, Centralia aún contaba con una población de unas 1.400 personas.

Como habían hecho otras veces, los bomberos amontonaron la basura en uno de los rincones del vertedero y la prendieron fuego dejándola arder durante un rato. Después, apagaron las cenizas con una manguera. Era lo habitual, pero esta vez, el fuego parece ser que no se extinguió correctamente, sino que siguió ardiendo en el subsuelo y llegó a través de un agujero hasta una mina abandonada de carbón vecina. Antes de entrar en funcionamiento, el vertedero había sido inspeccionado para asegurarse que todos los agujeros de antiguas prospecciones que había en el suelo hubieran sido sellados con material incombustible para evitar, precisamente, esto. Sin embargo, al parecer, nadie reparó en el agujero por el que el incendio se extendió hasta la mina.

Centralia en 1906
En un principio, el fuego podría haber sido extinguido fácilmente, simplemente, excavando totalmente la zona afectada. Según parece, un ingeniero de minas se ofreció a hacerlo por tan sólo 175 dólares. Más tarde, otro minero del pueblo también se ofreció y, aún más barato, sólo a cambio de una parte del carbón. Sin embargo, el incendio había pasado a convertirse en un asunto estatal y una maraña burocrática impedía tomar las decisiones de forma rápida. A medida que pasaba el tiempo, el fuego más se extendía y la posible solución más se encarecía y se complicaba.

En julio de ese año, el Departamento de Medio Ambiente llevó a cabo una serie de sondeos para comprobar el alcance y la temperatura del incendio. Algunos, sin embargo, piensan que estas perforaciones no hicieron sino que ayudar a la combustión al proporcionarle una vía de aire natural. También, son muchos los que critican la manera, un tanto desorganizada, como se llevó la lucha contra el fuego. En muchos casos, las zanjas se excavaban guiándose por el humo que se desprendía del suelo, cuando lo más normal hubiera sido realizar antes unas perforaciones para determinar cuál era el lugar más adecuado.

A menudo, pasaba que cuando se acababa de excavar una zanja, el fuego ya había pasado al otro lado. Tony Gaughan, autor del libro “Slow Burn”, culpa del fracaso de esta estrategia a la lentitud con la que se llevaban a cabo los trabajos. Se empleaba un único turno, en vez de tres, que además guardaba todas las fiestas y puentes. Un ritmo más propio de un trabajo rutinario que de una emergencia.

El 22 de mayo de 1969, tuvieron que ser evacuadas las tres primeras familias de Centralia. Ese mismo año, se comenzó a probar una técnica diferente: inyectar agua con cenizas volantes, arena húmeda y arcilla sobre el incendio para formar una barrera que bloqueara el paso del oxígeno y “ahogara” el fuego. Al mismo tiempo, se estaba excavando una pequeña trinchera que podía haber puesto la situación bajo control. Sin embargo, parece ser que un problema para la asignación de fondos entre el gobierno del estado y el condado retrasó los dos intentos. Mientras, el fuego seguía extendiéndose.

Una de las minas de carbón en 1864
Otra explotación minera en 1963. Originales en OffRoaders.com
Aunque, en un primer momento, la mayoría de los habitantes de Centralia habían preferido ignorar la existencia del fuego y minimizar su verdadera magnitud. Las cosas cambiarían durante la década de los 70, cuando el monóxido y el dióxido de carbono comenzaron a entrar en las casas y la gente comenzó a caer enferma. La temperatura en los sótanos de muchas casas era tan alta que no necesitaban caldera de agua. El Departamento de Medioambiente de Pensilvania reaccionó instalando detectores de gases en la mayoría de los hogares de la zona más caliente. Pero a pesar de la gravedad de la situación, algunos vecinos rechazaron la instalación de los detectores. No querían ser esclavos de una máquina, aseguraban. Otros, sin embargo, prefirieron comprar canarios.

En 1980, después de casi 20 años, el fuego seguía quemando y se tuvo que trasladar a otras 27 familias fuera del pueblo. Pero fue al año siguiente cuando un accidente hizo saltar hizo saltar las alarmas definitivamente. Fue el 14 de febrero, cuando la tierra se abrió bajo los pies de Todd Domboski, un niño de 12 años. Era un agujero de más de un metro de diámetro y de unos 46 de profundidad. Afortunadamente, Todd pudo agarrarse a unas raíces hasta que fue rescatado por su primo. De haber caído hasta el fondo, habría muerto casi de manera instantánea a causa de la gran cantidad de monóxido de carbono acumulada en la parte más profunda. El hundimiento del terreno y la formación de cavidades era otro de los peligros con los que el incendio amenazaba al pueblo, a medida que el carbón quedaba reducido a cenizas.

El incidente, que atrajo la atención de los medios a nivel nacional, acabó por dividir a Centralia en dos. A un lado, los partidarios de la evacuación del pueblo y, al otro, los que no querían marcharse. En 1983, un estudio independiente aseguraba que el incendio era mucho mayor de lo que se creía y ya había llegado al subsuelo del pueblo. Se recomendó la excavación de una trinchera que cruzara la ciudad de norte a sur, dividiéndola en dos, el coste era de unos 62 millones de dólares y no se tenía garantía de éxito. La otra opción, excavar totalmente la zona afectada, era más segura, pero su alto coste, más de 650 millones, la descartaba.

Tramo abandonado y humeante de la Ruta 61
Centralia, con calles, pero casi sin casas. Vista en Google maps
Ante esta situación, finalmente el gobernador planteó un plan voluntario para el desalojo y compra de todo el pueblo. La propuesta se votó en referéndum y los propietarios de Centralia la aceptaron por 345 votos a favor y 200 en contra. El Congreso de los Estados Unidos aportó los 42 millones de dólares necesarios para comprar todas las casas, demolerlas y reubicar a los vecinos. Hasta la fecha se llevaban gastados, intentando controlar el fuego, unos siete.

La mayoría de los vecinos, más de 1.000, fueron realojados en los pueblos cercanos de Mount Carmel y Ashland. Se demolieron más de 500 edificaciones. Sin embargo, unas pocas familias, 63 vecinos, prefirieron quedarse, no estaban dispuestos a abandonar sus casas, pese a las advertencias oficiales. No creían que el fuego constituyera un peligro real para la parte de la ciudad en la que ellos estaban. Además, eran bastantes los que creían que todo era un complot del gobierno y las compañías mineras para arrebatarles sus derechos mineros, que ellos habían estimado podrían estar en torno a varios miles de millones de dólares. Después de todo, ¿por qué el gobierno, que sí que fue capaz de extinguir un fuego similar en un municipio cercano, descartó el empleo de esos métodos en Centralia?

Locust Avenue en 1983 y 2001. Autor David DeKok
East Center Street en 1986
East Center Street 20 años después, 2006. Más fotos del antes y el después en OffRoaders.com
La primera casa fue derribada en diciembre de 1984. Para entonces, había fuego debajo de unas 140 hectáreas. Para 1991, ya eran 250 el número de hectáreas afectadas. Ese año, el gobierno del estado compró otras 26 casas situadas al oeste de la ciudad, junto a la Ruta 61. Al año siguiente, 1992, el gobernador de Pensilvania decidió expropiar el resto de casas y terrenos que quedaban al considerar que el fuego se había convertido en un peligro demasiado grande. Los irreductibles vecinos que quedaban recurrieron la decisión ante la justicia, pero fracasaron. Sin embargo, no se marcharon, se quedaron convertidos en ocupas en lo que habían sido sus hogares, aunque con la ventaja de no tener que pagar impuestos ni tampoco renta ya que las casas ya no eran suyas.

En 1997, sólo quedaban 44 personas, una población que iría menguando poco a poco desde entonces. En 2000 ya eran sólo 21 personas de 7 familias las que ocupaban 10 casas. Cuatro años más tarde, había una casa y tres habitantes menos.

En la actualidad, no existe ningún plan para combatir el fuego, por lo que sigue extendiéndose sin control. Se espera que dentro de unos 100 años alcance las 1.500 hectáreas. Las predicciones son que, a partir de entonces, todavía arda otros 150 años más hasta quedarse sin combustible. Sobre la superficie, Centralia tiene más la apariencia de una campiña con calles asfaltadas que de pueblo. Sus calles y aceras se encuentras cubiertas por la maleza, aunque hay algunas que parecen haber sido segadas y limpiadas. Han crecido árboles nuevos y apenas quedan unas cuantas casas en pie, de las cuales sólo cinco están ocupadas, además de un edificio municipal. El resto de edificios han sido demolidos por la acción del hombre o de la propia naturaleza. Un de las iglesias del pueblo –llegó a haber once–, que no está afectada por el incendio, continúa celebrando los servicios dominicales y también se encuentran en buen estado los cuatro cementerios.

A simple vista, los únicos signos visibles del fuego que quema bajo tierra son varias chimeneas metálicas en la parte sur del pueblo, además de las señales que avisan del peligro por fuego subterráneo, suelo inestable o el monóxido de carbono. También en la parte sur, puede verse humo y vapor saliendo de un agrietado tramo de la Ruta 61 y a través de las numerosas grietas que hay por toda la zona próxima. Después de varias reparaciones, este tramo de la autopista fue cerrado al tráfico a mediados de los 90, cuando se construyó un desvío para evitar la zona problemática (ver mapa).

Gases del incendio saliendo del subsuelo
Una de las chimeneas cerca del cementerio de Oddfellows. Original Donald Davis en OffRoaders.com
Después de años de retraso, el gobierno de Pensilvania parece estar decidido a acabar con la situación de la docena de irreductibles que aún resiste en el pueblo, desalojándolos y demoliendo lo que queda de la ciudad. Algunos no le dan mucha importancia a este intento y creen que no pasará nada como la otra vez. Especialmente, los mayores creen que podrán acabar sus días en el pueblo que les vio nacer.

De todas maneras, se espera que muchos de los antiguos vecinos regresen al pueblo en 2016, aunque sólo sea por un día, para abrir una cápsula del tiempo enterrada en 1966 cerca del monumento a los veteranos.

PS: En 2002, el servicio nacional de correo de Estados Unidos revocó el código postal de Centralia, el 17.927.

¡Muchas gracias a KilFer por descubrirme el tema!

Enlace permanente a Centralia, el pueblo que arde bajo los pies

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+info:
- Centralia en es.wikipedia.org y en.wikipedia.org
- Centralia Pennsylvania in OffRoaders.com
- Few Remain as 1962 Pa. Coal Town Fire Still Burns in abcNews
- Centralia in Everything2.com
- Fire in the Hole in Smithsonian.com
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