domingo, 25 de mayo de 2008

Los últimos días de Constantinopla

La noche del 24 de Mayo del 1453, la Luna, el símbolo de Constantinopla, desapareció del cielo de la ciudad durante más de tres horas a causa de un eclipse, trayendo a la memoria de los bizantinos sitiados una antigua profecía de Constantino, el fundador de la ciudad, según la cual la ciudad sólo sobreviviría mientras la Luna brillase en el cielo. Este sólo sería el primero de una serie de malos augurios, que acabaría cuatro días más tarde cuando toda la ciudad fue cubierta por una niebla. Al anochecer, cuando la niebla se desvaneció, se podía ver la cúpula de Santa Sofía envuelta en un extraño resplandor. Algunos de los habitantes de la ciudad creyeron ver en este efecto óptico al Espíritu Santo abandonando la Catedral, mientras que los turcos, que sitiaban Constantinopla desde hacía más de seis semanas, miraban el resplandor convencidos de que era el signo definitivo de que en breve la Fe Verdadera brillaría desde esa iglesia a todo el mundo.

Durante el siglo XIV Constantinopla había sufrido varios sitios por parte de los Otomanos, pero había conseguido salir victoriosa de todos ellos en parte gracias a sus poderosas murallas, en sus más de 1.100 años de existencia la ciudad sólo había sido capturada una vez, durante la Cuarta Cruzada en 1204.

La ciudad situada a la orilla del Cuerno de Oro en el Estrecho del Bósforo, contaba con unas impresionantes murallas terrestres. Que se empezaron a construir en el 324 bajo el mandato de Constantino el Grande que fue el que estableció la capital del imperio en la ciudad. Posteriormente bajo el reinado del Emperador Theodosio II, se procedió a construir una nueva muralla, esta compuesta por un muro interior separado de unos 15 metros de otro más exterior por un foso. El muro interior era una estructura sólida de 5 metros de grosor y de unos 12 de alto. El exterior era de menor grosor y altura, 2m de grosor por unos 8 de alto. Ambos muros contaban con torres cada cierta distancia para reforzar la muralla.

Sin embargo, los muros del litoral no eran tan seguros como los terrestres, como se había demostrado durante la Cuarta Cruzada, cuando los venecianos penetraron en la ciudad a través de ellos. Para evitar las incursiones marinas y reforzar la seguridad esta línea de defensas, una pesada y descomunal cadena de hierro cerraba el Cuerno de Oro. De esta manera los barcos sólo podían entrar con la autorización de los guardias bizantinos.

Con la intención de reforzar el Imperio ante la cada vez más inminente amenaza turca, el penúltimo emperador bizantino, Juan VIII, intentó aproximarse a Roma y unir ambas Iglesias, pero estos intentos provocaron tumultos entre la población y división dentro de la propia Iglesia Bizantina, por lo que dicha unión jamás se llevó a cabo. Sería el sucesor de Juan VIII, su hermano Constantino XI, quien viendo la amenaza turca ya definitiva, intentara de manera desesperada conseguir apoyos en Occidente prometiendo llevar a cabo la unión de las dos iglesias.

La situación era grave, los otomanos cada vez estaban más cerca de los muros de la ciudad y habían construido fortalezas a ambos lados del Estrecho del Bósforo, con lo que su control sobre los barcos que atravesaban dicho estrecho era total, pudiendo bloquear la ruta de las colonias genovesas del Mar Negro hacia la ciudad, una ruta que había sido clave en la superación de los anteriores sitios.

Ante esta situación, el Emperador intentó atraer la ayuda de los monarcas europeos, a cambio de grandes contrapartidas, pero sólo reunió el apoyo de venecianos, genoveses y del Papa. Pese a ello la dimensión de los bandos era totalmente desproporcionada, la ciudad apenas llegaba a los 50.000 habitantes (en su máximo esplendor en el siglo V había llegado a los 500.000) y apenas contaba con 7.000 soldados para su defensa, aunque eso sí, bien equipados. Mientras, el ejército turco contaba con 100.000 soldados, de los cuales 80.000 eran profesionales. Pese al escaso apoyo por parte de los reyes de Occidente, algunas personas acudieron por su cuenta y riesgo en ayuda de la ciudad, como fue el caso del capitán genovés Giovanni Giustiniani.

Giustiniani era un fervoroso católico, miembro de una de las más poderosas familias de Génova. Además era considerado por su contemporáneos como uno de los mayores expertos en defensa de ciudades amuralladas. Giustiniani organizó y financió por su cuenta, una expedición de 700 soldados y se presentó en Constantinopla el 31 de Enero de 1453 para defenderla. A su llegada fue puesto al frente de la defensa terrestre de la ciudad y se convirtió en un personaje clave en la resistencia de la ciudad, que además consiguió que venecianos, genoveses y griegos trabajaran juntos, en vez de discutir entre ellos.

El sultán también contó con ayuda externa, en este caso la de un ingeniero húngaro llamado Urbano que tras ofrecer sus servicios sin éxito al emperador bizantino, acabó trabajando para el sultán, para el que fabricaría los cañones de sus fortalezas y la "gran bombarda", un cañón de nueve metros de longitud capaz de disparar piedras de granito de más de 680kg a más de una milla de distancia. Con un disparo de este super-cañón el 7 de Abril se inició oficialmente el sitio.

Los cronistas de la época creían que las murallas eran infranqueables, y de hecho la historia había demostrado que con suficientes defensores así era. Pero esta vez lo atacantes contaban con artillería y los muros no habían sido pensados para soportar los ataques de esta, por lo que los muros empezaron a ceder en menos de una semana.

Pese a lo devastador de sus proyectiles, la "gran bombarda" era un cañón impreciso y muy lento de cargar, se necesitaban unas 3 horas. Lo cuál permitía que cada noche los bizantinos tuvieran tiempo suficiente para reparar los daños producidos durante el día en sus muros. Los bizantinos también contaban con cañones, aunque de menor tamaño y su uso era limitado, porque el propio retroceso de estos tendía a dañar los muros.

El 22 de Abril, el general turco Zaganos Pasha, ante la imposibilidad de atravesar la cadena que cerraba el Cuerno de Oro, ordenó la construcción de un camino de rodadura al norte de Galata, por donde sus navíos podrían ser empujados por tierra, evitando la gran barrera. Con los navíos situados en frente de la ciudad dentro del Cuerno de Oro, se cortaron los tan necesarios suministros de la vecina colonia genovesa de Galata situada al otro lado del cuerno. Moralmente, la visión de los barcos turcos en frente de la ciudad fue un golpe muy importante para los defensores.

Los días seguían y los bombardeos continuaban desde los dos frentes, aunque los enfrentamientos directos entre soldados bizantinos y otomanos no eran muy habituales. Los intentos de asalto por parte de los turcos con torres de asedio fracasaban, al igual que los intentos de cavar túneles por debajo de las murallas, que eran repelidos por los bizantinos que contraatacaban con otros túneles desde los cuales sorprendían a los atacantes con fuego y agua.

Pero la situación era cada vez más crítica, los soldados y la mano de obra estaba cansada y los recursos escaseaban. El mismo Emperador Constantino XI en persona coordinaba las defensas e inspeccionaba las murallas, lo cuál animaba a las tropas. Pero fue con la llegada de los malos presagios que el desánimo empezó a cundir, el eclipse lunar fue sólo el primero, pero al día siguiente durante una procesión para pedir la intercesión de la Virgen María, uno de los iconos más sagrados de la ciudad cayó de su marco al suelo, la desconcertada procesión continuó sólo hasta el momento que una repentina tormenta de granizo convirtió las calles de la ciudad en torrentes. Si no fuera suficiente con los presagios, los navíos prometidos por los venecianos parecían no llegar nunca.

Sin ser ni mucho menos tan graves, los turcos también tenían su problemas, mantener un ejército de 100.000 hombres era caro y entre los oficiales se empezaba a dudar de las estrategias del Sultán. Así el Sultán llegó a ofrecer la posibilidad de perdonar la vida de los cristianos si estos entregaban la ciudad o incluso llegar a levantar el cerco a cambio de un tributo. Pero Constantino se vio forzado a rechazar la oferta por que las arcas del imperio estaban vacías desde los tiempos de la Cuarta Cruzada.

El día 28 fue día de descanso y preparación para el asalto final, que se llevaría a cabo a la mañana siguiente, el 29, una fecha que los astrólogos del Sultán habían profetizado como nefasta para los "infieles". El día 28 por primera vez en los últimos dos meses, no se oyó el ruido de los cañones. Sólo se oía el ruido atronador de las campanas de todas las iglesias de Constantinopla que tocaron durante todo el día para levantar la moral. Mientras, iconos y reliquias eran llevadas en procesión alrededor de las murallas de la ciudad. Ese día Emperador y pueblo (católicos y ortodoxos), rezaron juntos por última vez en Santa Sofía, incluso clérigos que habían jurado no volver a pisar la catedral hasta que no se limpiará de la polución romana acudieron.

continuación: El día del fin para Constantinopla

*foto 1: Mapa de Constantinopla y sus muros durante el período bizantino.
*foto 2: Vista de las murallas de Theodosio

*foto 3: Asedio de Constantinopla, pintura de 1499

2 comentarios:

Una piedra del camino dijo...

Wow, de nuevo, muchas gracias por este interesante artículo. Me has ahorrado la lectura de un buen de libros sobre el tema, que es apasionante. Saludos!

Bovolo dijo...

Un placer!

Te recomiendo una visita a las murallas. Yo estuve este septiembre y fue de lo que más me gustó/emocionó del viaje.

Se siente el peso de la historia en los muros :-D

Bienvenido!