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lunes, 7 de febrero de 2011

Joseph Hatch, el hombre que “coció” dos millones de pingüinos para convertirlos en aceite

Cuando Hatch llegó a la isla de Macquarie, otros ya se habían encargado de acabar con los leones y con los elefantes marinos. Los primeros murieron pos sus pieles y los segundos por su grasa, con la que se producía aceite. Hatch, entonces, puso la vista en los pingüinos que abundaban en la isla y que, hasta aquel entonces, habían permanecido ajenos a las matanzas. Había unos tres millones.

 
Los pingüinos pasean felices entre lo que queda de los digestores | Heritage Expeditions

La Enciclopedia de Nueva Zelanda define a Hatch como una persona con una desmedida fe en sí mismo, totalmente reacio a consultar la opinión de los demás y que ponía todas sus energías, que eran muchas, en todo aquello que hacía. Hatch había nacido en Londres en 1837, aunque con sólo 19 años emigró a Australia, llegando a Melbourne en marzo de 1857. Allí encontró trabajo para un mayorista farmacéutico que unos años más tarde lo envió a Nueva Zelanda con el objetivo de abrir una subsidiaria en aquella colonia.

En Nueva Zelanda, se instaló en la ciudad de Invercargill donde se convierte en un miembro muy activo de la comunidad, participando en 1863 en la fundación de su cámara de comercio y de la brigada local de bomberos, en la que servirá como voluntario. Unos años más tarde, será elegido alcalde de la ciudad, cargo que ocuparía hasta 1878.

En Invercargill y a pesar de todas estas ocupaciones públicas, Hatch aún tenía tiempo para sus muchos negocios privados. Aparte de dos farmacias, funda varias empresas, entre ellas un negocio de exportación de pieles de conejo, un molino de huesos y despojos de la industria cárnica y, también, fabrica y vende glicerina y jabón, y tarda en entrar en el rentable negocio de la caza de focas equipando varios barcos para su caza. Sin embargo, sus planes de expandir su actividad a las islas del Sur se ven frustrados en 1873, cuando la administración neozelandesa impuso una moratoria para evitar la extinción de los leones y elefantes marinos la zona.

Ilustración de cómo era la isla en 1820 | Australian Antarctic Expedition

Hatch tarda unos años, pero en 1887, coincidiendo con una recuperación de la industria neozelandesa dedicada a la caza de focas, vuelve al negocio y anuncia que enviará uno de sus barcos, el Awarua, al Estrecho de Bass, el estrecho de separa Australia de la isla de Tasmania, donde no existían restricciones sobre la caza de focas ni de leones marinos.

Ya antes de su partida, muchos sospecharon que el verdadero destino del Awarua estaba más al sur, donde las restricciones para la caza continuaban en pie. No andaban errados y el Awarua después de una primera parada en la Isla de Stewart, se dirigió a las islas Auckland, donde los náufragos del Derry Castle arruinaron su plan. El Awarua los rescata y a su regreso a Melbourne, Hatch se ve obligado a explicar que hacía su barco en las islas Auckland, muy al sur del Estrecho de Bass, y con la bodega llena de pieles.

En aquel entonces Hatch era el representante de Invercargill en el Parlamento de Nueva Zelanda. Desafortunadamente para él, el escándalo acabó llegando a oídos de sus electores poco antes de las elecciones. Como había hecho otras veces, cuando las leyes se interponían entre él y lo que el consideraba un buen negocio, organizó un acto público con el que ganarse a la opinión pública gracias a su habilidad con la oratoria. Sin embargo, esta vez esta estrategia le sirvió de poco y no pudo evitar que perdiera las elecciones.

Arruinada su carrera política, Hatch se centró en el negocio de las focas y es entonces cuando pone sus ojos en la isla de Macquarie. Una isla situada a medio camino entre Australia y la Antártida que había sido descubierta por casualidad en 1810, por Frederick Hasselborough, un cazador de focas australiano mientras buscaba nuevos lugares donde cazar. En aquel entonces Australia, como país, aún no existía y Hasselborough reclamó el territorio para Gran Bretaña.

Joseph Hatch en torno a 1884 | The Encyclopedia of New Zealand

La isla no tenía árboles y tenía una apariencia desolada. Otro de sus primeros visitantes, el Capitán Douglass del Mariner, en 1822 la describiría como “el lugar de exilio más miserable que pueda imaginarse, nada puede garantizar a una criatura civilizada vivir en un territorio así”. Además, no contaba con ningún puerto natural que permitiera a los barcos fondear protegidos de las tormentas que muy a menudo se levantaban en la isla de forma repentina. El mejor sitio para desembarcar, si los vientos soplaban en la dirección adecuada, era alguna de sus bahías, aunque el acercamiento de los barcos para las tareas de carga y descarga solían ser complicadas.

Hasselborough y sus hombres pasaron allí nueve meses cazando osos marinos para hacerse con sus pieles antes de regresar a Sídney a por provisiones. Pese a que su intención inicial era la de mantener la posición de la isla en secreto y, de esa manera, asegurarse aquella “mina de oro” sólo para él, alguno de sus hombres o quizás él mismo un día de borrachera, acabó yéndose de la lengua y a finales de ese año ya había otras tres cuadrillas de cazadores trabajando en la isla. El final de este paraíso de focas y pingüinos no había hecho más que empezar.

Los primeros en caer fueron los leones marinos. Sólo en primer año y medio, se mataron unos 120.000 de estos animales. Y en cinco años, su población había disminuido de tal manera que durante la temporada de caza de ese año los cazadores de la isla apenas consiguieron hacerse con unas 6.000 pieles. Lejos quedaban los comienzos, cuando un barco podía regresar cargado con más de 10.000 pieles y unas 60 toneladas de aceite.

Probablemente, esta escasez de leones marinos hizo que ya en 1813 una de las cuadrillas pasara a dedicarse exclusivamente en la caza de los elefantes marinos para la producción de aceite a partir de su grasa.

Elefantes marinos de la isla | Wikipedia

El del aceite no era un negocio tan rentable como el de las pieles, que eran muy apreciadas y demandadas por la industria peletera europea, pero, aún así, su demanda también era grande. El aceite de leones y osos marinos junto con el de las ballenas, era utilizado como lubricante para máquinas y combustible para lámparas. Otra ventaja de las pieles era que no requerían un gran procesado y que, una vez obtenidas, eran una carga poco pesada fácil de transportar. Por el contrario, el aceite era una carga mucho más voluminosa y requería de unas instalaciones mínimas para su procesado en la isla antes de su transporte. Una vez se había dado muerte a los elefantes, había que transportar su grasa, que en un ejemplar adulto podía llegar a pesar más de 650 kilogramos, hasta los “try pots”, unos calderos en los que se dejaba cocer hasta obtener el aceite que, después, se almacenaba en barriles para su posterior transporte.

Pero este negocio tampoco podía durar. En 17 años, se mataron el 70% de los aproximadamente 100.000 elefantes marinos que había originalmente en la isla. Llegado a este punto la explotación se convirtió en económicamente inviable y la isla quedó tranquila. Durante el período que va desde el 1830 hasta el 1874, únicamente recalaron en ella 3 barcos, pero a mediados de la década de los 70, el interés por el aceite de elefantes marinos se reavivó en Nueva Zelanda y varias empresas enviaron a sus hombres a la isla.

Hatch fue de los últimos en llegar y, al comienzo, como el resto de cuadrillas, Hatch decidió seguir el método tradicional para obtener aceite usando “try pots”, pero, en seguida, vio claro que era posible mejorar el rendimiento de su explotación incorporando un invento no muy reciente, pero que había sido mejorado recientemente en Noruega donde su flota ballenera justo había comenzado a usarlo: el digestor a vapor.

Despojando a un elefante marino muerto de su grasa | Australian Antarctic Division

Desembarcando un digestor en la isla

El digestor a vapor era un aparato que permitía extraer el aceite no sólo de la grasa de los elefantes marinos, sino que permitía aprovechar con el mismo fin la grasa, la carne y los huesos de animales mucho más pequeños. Y es aquí donde Hatch reparó en la oportunidad de negocio que le podrían suponer los pingüinos de la isla, que, al contrario que los elefantes marinos, todavía abundaban en la isla, y eran más fáciles de cazar. Después de realizar una serie de experimentos con ellos, se convenció que los digestores funcionarían bien con los pingüinos y, aunque le llevó un tiempo perfeccionar el proceso, así fue. El negocio podía ser redondo. Había unos tres millones, y cada uno de ellos, una vez procesado, producía medio litro de aceite de un aceite que era utilizado en la fabricación de cuerdas, donde competía con el de ballena o elefante marino.

Decidido, como siempre, puso un anuncio en un periódico local buscando un herrero que le construyera un digestor a vapor. Una vez construido este primer digestor, ese mismo año, lo envió a la isla de Macquarie con el carbón y madera suficiente para hacerlo funcionar. Con el tiempo, Hatch llegaría a contar con hasta cinco de estas “plantas de producción distribuidas por la isla.

En la isla de Macquarie los escándalos no abandonaron a Hatch. A comienzos de 1890, el Awarua desembarcó una de sus cuadrillas de cazadores en la isla. Aunque, al parecer, no había concretado con ellos cuando serían relevados o recibirían provisiones, lo normal es que esto sucediera en un plazo no superior a 4 meses. Sin embargo, cuando pasaron los 4 meses de rigor, Hatch andaba ocupado intentando vender el Awarua para comprar un barco más grande por lo que fue retrasando la operación de relevo.

Cuando finalmente consiguió hacerse con el Gratitude, Hatch encontró otro motivo para retrasar el viaje. Esta vez, para recuperar parte del dinero invertido en la compra el Gratitude realizó con él varios viajes comerciales. Después, la razón fueron los daños sufridos a causa de una tormenta. Mientras, los meses pasaban y, después de un año de su partida, los familiares y la opinión pública comenzaron a impacientarse y a presionar al gobierno de Nueva Zelanda para que enviara un barco a recogerlos. Para entonces, ya hacía tiempo que en la isla se habían acabado las provisiones, incluso los barriles para el aceite estaban todos llenos, y la única ocupación de aquellos hombres era la de su propia supervivencia.

Hatch, sin embargo, no veía problema alguno en que sus hombres vivieran de lo que pudieran conseguir por su cuenta en la isla, e insistió en que el barco de rescate llevara una carta de su puño y letra para convencer a los hombres de que esperaran la llegada del Gratitude. De esta manera, él se aseguraba que su aceite no se perdiera y, a cambio, sus hombres podrían obtener la paga que les correspondía. Finalmente, el gobierno neozelandés accedió y el Kakanui zarpó con la carta de Hatch a bordo, aunque no permitió a que llevará provisiones o trajera de vuelta aceite o pieles.

Digestor a pleno rendimiento en 1895 | Tasmanian Museum and Art Gallery


Cuando en enero de 1891, el Kakanui llegó a isla de Macquarie. La carta de Hatch sólo consiguió convencer al capataz y a su mujer, el resto, que se sentían abandonados por su jefe, decidieron abandonar la isla y los bidones de aceite. Fue la última vez que alguien los vio con vida. Al parecer, mientras el Kakanui marchaba de Macquarie, estaba formándose una fuerte tormenta, con la que se topó durante su trayecto de vuelta. Pese a la búsqueda posterior que se llevó a cabo por las islas de la zona, no se encontró ni rastro del barco ni de sus 19 ocupantes, incluidos los hombres de Hatch.

Hatch había acertado al quedarse en Invercargill. Su intuición le salvó la vida. A pesar de que su plan inicial era acompañar al barco para poder convencer a sus hombres de que no abandonaran la isla, al ver que el barco elegido era el Kakanui, cambió de opinión. Hatch, y no fue el único, consideraba que era un barco adecuado para mares tranquilos, pero no apto para las turbulentas aguas del Sur.

Después del naufragio, Hatch fue objeto de una investigación de la que salió libre de culpa, pero no así ante la opinión pública. En cualquier caso, no sería la última vez que una de sus cuadrillas tendría que ser rescatada por barcos enviados por el gobierno.

Unos años más tarde, en 1902, Hatch consiguió que el Gobierno de Tasmania le concediera los derechos de explotación en exclusiva de los pingüinos de la isla. Mientras, sus digestores continuaron trabajando sin descanso cada año desde mediados de agosto a mediados de febrero sin muchos cambios cociendo” unos 200.000 pingüinos al año.

Pingüinos reales | Wikipedia
 
Pingüinos rey, fueron las dos especies que Hatch utilizó en sus digestores | Wikipedia

En 1915, el explorador antártico Douglas Mawson visitó la isla. Fue el principio del fin para el negocio de Hatch. Aunque ya la había visitado en otra ocasión cuatro años antes, esta vez, a su regreso a Australia, comenzó a hacer campaña en favor de que la isla fuera declarada una reserva natural, haciendo especial hincapié en las matanzas de pingüinos por parte de los hombres de Hatch. Se inició, de esta manera, la que quizás se trate de la primera campaña internacional por la preservación de la vida salvaje. Entra las diversas personalidades que se sumaron a ella, figuraba H. G. Wells.

Fueron varios los periódicos británicos y australianos que aseguraban que los hombres de Hatchcocían” los pingüinos vivos. Hatch se defendía diciendo que el número de pingüinos que sus hombres mataban era mínimo comparado con la gran cantidad de ellos que había en la isla. Además negaba que fuera cierto que los pingüinos fueran “digeridos” vivos.

El testimonio de Leslie Blake, un científico que visitó la isla y pudo ver como trabajaban los hombres de Hatch, corrobora esta versión. Según este científico, los hombres de Hatch, primero, conducían unos cuantos miles pingüinos a un vallado. Después, cerraban las puertas y un par de hombres se encargaba de golpear en la cabeza a los que tenían más de un año, que eran los únicos que estaban suficientemente “gordos”. Una vez acabada la faena, se abrían las puertas y se dejaba marchar a los “delgaduchos”. El cuerpo de los que habían caído se sometería a una presión de 30 libras durante 12 horas en los digestores a vapor que podían “digerir” hasta 2.000 pingüinos a la vez.

El testimonio de Blake y la presión de alguno de sus partidarios, entre los que se encontraba algún colega político, no fue suficiente para evitar que en 1920 el gobierno de Tasmania no le renovara la licencia. A los pocos meses, Hatch liquidó su compañía. Según algunos, de no haber sido la publicidad negativa la que acabó con su negocio, lo hubiera sido la difícil situación económica por la que pasaba. Pese a las 75 visitas que sus barcos realizaron a la isla entre 1890 y 1919, las numerosas vicisitudes y los tres barcos que había perdido en ella la habían dejado en una situación económica muy delicada.

En cualquier caso, Hatch no se resignó y se embarcó en un tour que lo llevó por una buena parte de los teatros de Nueva Zelanda y Australia para defender la necesidad de la industria del aceite de pingüino, limpiar su nombre e intentar que su licencia le fuera devuelta, cosa que jamás conseguiría.

PS: La idea de utilizar el digestor a vapor para la extracción de aceite de la grasa de pingüinos o focas al parecer no fue imitada por nadie más, así que Hatch fue el primero y el único en usarlos para este fin.

Enlace permanente a Joseph Hatch, el hombre que “coció” dos millones de pingüinos para convertirlos en aceite

+posts:
- El dodo, el pájaro tonto que acabó extinguido
- El pozo con el que comenzó la industria del petróleo norteamericana
- El hombre que se hizo rico exportando hielo a La Habana y Calcuta

+info:
- Sealing at the Macquarie Island by Tasmania Parks & Wildlife Service
- Sinking a Small Fortune: Joseph Hatch and the Oiling Industry (PDF) by Tasmania Parks & Wildlife Service
- “Joseph Hatch – Biography” by Alan De La Mare in Te ara - the Encyclopedia of New Zealand
- Macquarie Island – Seeing things differently, Australian Government – Department of Sustainability
- The harvesting of penguins in Australian Broadcasting Corporation
- Macquarie Island in Heritage Expeditions
- “The Jonah on Board” – Kakanui (PDF) by Tasmania Parks & Wildlife Service
- Hatch or the Plight of the penguins (PDF)
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martes, 3 de agosto de 2010

Y las islas Saint Kilda se quedaron solas

Después de cómo mínimo dos milenios, el 29 de agosto de 1930, fueron evacuados los últimos 36 habitantes de Saint Kilda, una de las comunidades más aisladas del Reino Unido, que hasta mediados del siglo XIX había vivido casi sin contacto con el mundo exterior. Finalmente, las influencias externas habían acabado arruinando su modo de vida propio marcado por la autosuficiencia.


The Street en 1886

No se conoce de la existencia de ningún santo con el nombre de Kilda, por lo que existen diferentes teorías que intentan explicar el nombre del archipiélago, que aparece escrito por primera vez en un mapa holandés de 1666. Una de las que cuenta con más adeptos sostiene que el nombre proviene por degeneración de “sunt kelda”, pozo de agua dulce en nórdico antiguo.

El archipiélago está formado por varias islas. La más grande, de unas 670 hectáreas, se llama Hirta y es donde se encuentra el punto más alto de todo el archipiélago, Conachair, de 430 metros. La siguen Soay, de apenas 100, y Boreray, de 86. El archipiélago forma parte de las Hébridas Exteriores aunque está situado a 64 kilómetros del resto de islas de ese archipiélago.

Es precisamente este aislamiento el que ha permitido a Saint Kilda ser el hogar de dos subespecies endémicas, el chochín y el ratón de campo de Saint Kilda. En el pasado había una tercera, el ratón doméstico, pero después de la evacuación de la población humana acabó desapareciendo.

Este aislamiento ha sido también el responsable de la escasa biodiversidad de las islas. La vida vegetal está fuertemente influenciada por la sal del mar del ambiente, los fuertes vientos y la acidez del suelo. No hay árboles en ninguna de las islas, aunque sí unas 130 especies distintas de plantas.

Dún, situado en una de las puntas de Village Bay y de 178 metros de altura. Foto Lyonheart

Los primeros humanos parece que llegaron a la isla durante la Edad de Bronce, aunque, recientemente, se han encontrado restos de un posible asentamiento neolítico anterior, por lo que podrían haber estado habitadas ya hace cinco mil años. En cualquier caso, la primera referencia documental que tenemos de ellas es la de un clérigo islandés que en 1202 dice haberse refugiado en una isla llamada “Hirtir”. De esta época, se han encontrado broches, espadas de hierro y monedas danesas que indican una presencia vikinga más o menos constante en Hirta, aunque no queda ningún otro resto arqueológico de esa presencia.

Históricamente, las islas formaron parte de los dominios clan de los MacLeod de Harris. Los MacLeod las gestionaban a distancia y era su administrador el que solía pasar una temporada en ellas durante el verano. En ocasiones, acudía acompañado de hasta una cincuentena de personas, algunas de ellas pobres y a las que se esperaba que los habitantes de St Kilda les ofrecieran su hospitalidad.

El administrador era el encargado del cobro de las rentas y otros derechos. Hasta el siglo XIX, no se introdujo el dinero en la isla, por lo que estos pagos se hacían en especie. El administrador recibía cebada, avena, pescado, productos de la ganadería y especialmente de las aves marinas, como plumas y aceites, que luego vendía para obtener dinero. Después, destinaba una parte de ese dinero para la compra de productos “importados” para la población.

A los pies de los acantilados (1898)


Cazando frailecillos (1898)

Los propietarios obtenían un beneficio económico, pero también asumían una responsabilidad para con los isleños y era habitual que durante periodos de escasez renunciaran a parte de la renta y les enviaran suministros y comida. En parte era por interés propio, pues le interesaba que los habitantes tuvieran un nivel de vida aceptable y siguieran allí para generar la próxima renta anual.

Algunos consideran que el modelo de organización social de las islas se podría resumir como un comunismo feudal. A pesar de tener un administrador y un “señor”, la mayor parte del año la comunidad se sentía libre, pudiendo vivir a su manera. De acuerdo con este enfoque “comunista”, las tierras se repartían siguiendo un sistema de rotación. Cada arrendatario tenía parcelas repartidas por toda la zona cultivable y cada año cambiaban.

La única isla habitada era Hirta y nunca contó con una gran población. Se calcula que en su punto máximo, a finales del siglo XVII, vivían en ella unas 27 familias, lo que suponía un total de 180 personas. Esta población fue fluctuando en función de la emigración y de las enfermedades. Así, en 1727, una epidemia de viruela la redujo a tan sólo 30 personas. Los propietarios de la isla se apresuraron a repoblarla con gentes de otras islas, a las que atrajeron mediante la oferta de tierras a cambio de una renta razonable y de un estándar de vida aceptable para la época.

Las gentes de Saint Kilda eran sencillas y pobres, según la descripción del clérigo escocés Donald Monro que visitó las islas en 1549. Según este clérigo, contaban con escasos conocimientos de ninguna religión y esto a pesar de que el administrador de los MacLeod durante su visita veraniega a la isla hacía venir un capellán, que, entre otras cosas, bautizaba a los niños.

Reparto de los fulmares cazados. Foto de George Washinton Wilson

En opinión de algunos, el aislamiento y la dependencia de la naturaleza para su supervivencia hacía que muchos de los habitantes de St Kilda tuvieran unas ideas más próximas a las de los antiguos druidas que a las cristianas. Algunas fuentes sostienen que existían hasta cinco altares druídicos hasta poco antes de la llegada en 1822 del reverendo John MacDonald.

MacDonald se tomó su misión muy en serio y durante ocho años realizó visitas periódicas a la isla. Pese a que algunos lo critican por tener escasos conocimientos religiosos, MacDonald consiguió despertar un gran entusiasmo entre la población que lloró amargamente cuando se marchó por última vez ocho años después.

Su sucesor fue el reverendo Neil Mackenzie, que llegó el 3 de julio de 1830. Durante su estancia mejoró enormemente las condiciones de la vida en Saint Kilda. Reorganizó su agricultura de manera que cada arrendatario tenía su propia parcela, mayor que las anteriores y fija, y, además, fue el responsable de la creación de una escuela dominical para la educación religiosa y de la primera escuela de asistencia diaria en la que se enseñaba a leer, escribir y aritmética básica.

Finlay McQueen y su hija trabajando sus campos en 1910

Niños en la escuela

El papel del nuevo reverendo resultó igualmente decisivo para la construcción del nuevo pueblo. El pueblo antiguo estaba formado por unas 30 casas bajas en Village Bay (había otro asentamiento secundario usado solamente durante los veranos en Gleann Bay). En Village Bay, había un poco de todo, desde las típicas casas negras de las Hébridas, hasta otras más peculiares que tenían forma de colmena. Estas últimas eran unas construcciones en piedra seca abovedadas y que, en vez de una cubierta de paja, estaban cubiertas por una capa de césped que las protegía de los vientos y del agua de la lluvia. En algunos casos, las camas estaban construidas en los muros de las casas para dejar espacio para el ganado que se guardaba en primavera e invierno dentro de las casas.

Aparte de las casas del pueblo, Hirta estaba llena de cleits, otro tipo de construcción en piedra seca y que era utilizado como almacén, aunque alguna vez podría haber sido usado como refugio temporal. Los había en forma de colmena o más cuadrados cubiertos con losas alargadas de piedra.

Los cleits, al igual que las casas, también solían estar cubiertos por una capa de césped, pero no así sus paredes laterales. De esta manera, el agua no podía entrar, pero sí el aire, un aire marino impregnado de sal que resultaba ideal para la conservación de la carne de las aves, de sus huevos, del grano, patatas, estiércol o césped seco para el fuego. Según algunos expertos, la entrada solía estar bloqueada por media docena de piedras apiladas unas encima de otras, sólo los más grandes y mejor construidos contaban con una puerta de madera. En total, se calcula que en Hirta había unas 1.200 de estas estructuras y otras 200 repartidas por el resto de islas y stacks.

El edificio más antiguo de las islas, sin embargo, se descubrió en 1844. Se trataba de un subterráneo de aproximadamente 2.000 años de antigüedad y que los isleños supusieron que habría servido como refugio o escondite, aunque hoy en día se cree más posible que se trate de un pozo de hielo.

Acuarela de David Quine que muestra pueblo en 1831 en la que se pueden ver varias black houses cubiertas con techos de paja.

El pueblo en 1886.

The street en 1886

Como en Saint Kilda no crecía ningún árbol, toda la madera que se utilizaba en la construcción venía del exterior, ya fuera arrastrada por las mareas o en barcos. Así no era de extrañar que como pasaba en otras islas, en muchas ocasiones, las vigas de madera del tejado se convertían en la parte más cara de la casa.

El nuevo pueblo se construyó gracias a una donación hecha por Sir Thomas Dyke Ackland. En total se construyeron 30 casas organizadas en torno a una calle en forma de media luna. Las casas eran las típicas casas negras de la Hébridas con una sola habitación que en invierno las familias compartían con su ganado. Fue una mejora importante, las nuevas casas con muros de piedra dobles y con una capa de barro en el interior resultaban mucho más confortables que las antiguas, que no dejaban de ser un “cleit” de mayor tamaño. En 1860, después de que un vendaval dañara seriamente las casas construidas en 1830, se construyeron otras, esta vez de dos habitaciones y con un pequeño recibidor en la entrada y las construidas en 1830 pasaron a dedicarse en exclusiva para cobijar el ganado. Las nuevas casas eran mucho más higiénicas y luminosas que las anteriores. Sin embargo, tenían unas paredes y un tejado de menor grosor que las anteriores, lo que hacía más difíciles de calentar sin el carbón que se llegaba desde tierra firme.

La estancia del sucesor de Mackenzie, John Mackay, sin embargo, no fue tan positiva para la isla y sus gentes. De hecho, muchos consideran a MacKay uno de los mayores responsables de la destrucción del modo de vida tradicional de Saint Kilda. Este reverendo introdujo tres servicios religiosos de 2 a 3 horas de duración cada domingo y que eran de asistencia obligatoria, además de varias reuniones durante la semana. No es de extrañar que todo este tiempo que los isleños tenían que dedicar obligatoriamente a las prácticas religiosas y a su preparación comenzó a afectar al que dedicaban a sus tareas cotidianas.

El rigor de MacKay era tal que en una ocasión, cuando la isla estaba pasando por una temporada de escasez, llegó un barco “al rescate” con víveres un sábado. Pese a la gravedad de la situación, el reverendo consideró que los parroquianos tenían que dedicar lo que quedaba del día a prepararse para el domingo y les prohibió acudir a su descarga. No quedó otra opción que esperar hasta el lunes para que el barco fuera descargado.

Foto de Kyle Christie


Cleits, foto de Steve Goldthorp

Los veinte años que Mackay permaneció en la isla fueron malos para Saint Kilda, pero no fue mejor el efecto del turismo. El siglo XIX trajo consigo el fin del aislamiento secular del archipiélago y los vapores cargados de turistas comenzaron a visitar Saint Kilda durante los meses de verano. Los ingleses de la época victoriana quedaron fascinados por aquellos compatriotas suyos que hablaban gaélico y comían frailecillos cocidos con gachas de avena y que vivían en estructuras de piedras con forma de colmena.

Unas gentes que cada mañana se reunían en su “parlamento” para decidir cómo se repartían las tareas comunitarias. Una reunión que no era liderada por nadie y en la que todos tenían el derecho de tomar la palabra. A menudo las discusiones creaban discordia, pero ninguna lo suficientemente para dividir de forma permanente a la comunidad. Aunque no era una sociedad tan utópica como se pudiera pensar, lo cierto es que no se tiene constancia de que se cometiera ningún crimen en las islas ni de que ninguno de sus habitantes luchara en ninguna guerra durante cuatro siglos de historia.

La vida en Saint Kilda era sencilla, como la dieta de sus habitantes. Un dieta basada en la agricultura de subsistencia y que se complementaba con los huevos y la carne fresca o curada de las aves marinas que anidaban en la isla durante la época de cría, durante la cual se calcula que pasaban casi un millón de aves por ella. Los isleños trepaban y se descolgaban con gran habilidad por los acantilados y los stacks marinos sujetos por cuerdas para recoger los huevos y los polluelos de alcatraz, fulmar o frailecillo. Era una actividad arriesgada y se producían accidentes, pero no tantos como se pudiera pensar.

Las plumas se vendían para hacer colchones y el aceite del estómago de los fulmares era un producto muy preciado por sus propiedades medicinales. Los isleños mataban una cantidad de aves marinas nada desdeñable. Según algunas estimaciones que parecen bastante razonables, en la década de 1830, podían rondar los 4.000 alcatraces y los 12.000 fulmares. Aunque por la cuenta que les traía, en ningún momento parece que estas cacerías llegaran a diezmar la población de aves marinas de las islas.

St. Kilda, Its People and Birds (1908). Filmación en la que se puede ver a los isleños descendiendo por los acantilados para cazar fulmares. Ver en youtube.com

Los isleños también se alimentaban de carne de oveja, ternera, cereales y productos frescos, todos productos locales. La leche de oveja se utilizaba además para hacer queso. En varias ocasiones, intentaron, aunque con diferente éxito, cultivar patatas, coles o nabos para complementar la dieta. Sin embargo, la pesca, en parte por no contar con un muelle adecuado hasta 1901 y por lo peligroso e impredecible de las aguas que rodeaban las islas, no fue nunca una fuente principal de alimento. En cualquier caso, el modo de vida de los habitantes de Saint Kilda difería en poco del de cualquier otra isla del Atlántico Norte.

En un principio, el turismo tuvo un efecto positivo al proporcionar a los isleños la posibilidad de obtener unos ingresos extra vendiendo tweeds (tejidos tradicionales), calcetines, guantes, huevos de los pájaros y otros productos ornitológicos a los turistas. Sin embargo, el precio a pagar acabó resultando demasiado alto. Por un lado, la auto-estima de la comunidad se vio extremadamente resentida al sentirse como unas meras curiosidades, pero aún fue peor el efecto que tuvieron las enfermedades que los barcos traían.

El "parliament"

Durante el siglo XIX, parece que la salud de los habitantes de Saint Kilda era mejor que la del resto de habitantes de las Hébridas. Sin embargo, ahora se trataba de enfermedades nuevas, hasta entonces desconocidas en la isla, como, por ejemplo, el tétanos infantil, una enfermedad que supuso un incremento del 80% de la mortalidad infantil en Hirta.

Además, poco a poco, la isla comenzó a perder su autosuficiencia, pasando a depender cada vez más de la comida, el combustible y los materiales de construcción que venían de fuera. En 1852, 36 de sus habitantes emigraron a Australia, aunque muchos murieron en el camino. Con esta marcha comenzó la lenta decadencia de la isla. A medida que la población comenzó a disminuir, se hizo más evidente el sentimiento de aislamiento, especialmente al no contar con un medio de comunicación que les conectara con tierra firme. Sólo les quedaba la opción de enviar una especie de mensajes en una botella. El primero de ellos en 1876, durante un período de escasez. Dentro de una caja estanca de madera con forma de bote atada a una vejiga de oveja que hacía de flotador, enviaron una carta pidiendo ayuda. Fueron muchos los mensajes que arrastrados por las corrientes llegaron hasta Escandinavia y Escocia.

The Street en la actualidad. Foto de Rob Sutton

Vista de Village Bay en la actualidad. Foto de weychan

A principios del siglo XX, sin embargo, la isla y su población parecían volver a recuperar el optimismo. Atrás quedaban los primeros planes de evacuación de Hirta del 1875. Se creó la primera escuela “formal en la isla, donde los niños comenzaron a aprender inglés aparte de su lengua materna, el gaélico. La enfermera residente y el nuevo ministro introdujeron mejoras sanitarias que redujeron la incidencia del tétanos infantil. A pesar de algunos periodos de escasez y una epidemia de gripe en 1913, la población se mantenía estable en torno a las 80 personas.

Después llegaría la Gran Guerra, cuando la Royal Navy instaló una emisora en Hirta y por primera vez la isla estuvo conectada con la tierra firme. La instalación duró poco porque el 15 de mayo de 1918 un submarino bombardeó la isla y la destruyó. 77 proyectiles cayeron sobre Hirta, varias edificaciones sufrieron daños, pero afortunadamente no hubo pérdidas humanas. Como protección para posibles ataques futuros, se instaló una batería de artillería, aunque nunca hizo falta dispararla. Durante esta época comenzó también el desarrollo de una economía basada en el dinero, que hacía la vida más fácil, pero más dependiente del exterior.

Stac Lee. Foto de Iancowe

La llegada de los militares, produjo un efecto similar al que años antes había producido la llegada de los primeros turistas, al hacer más evidente a ojos de los habitantes las privaciones que padecían en su vida diaria. A pesar de la construcción en 1902 de un pequeño espigón, las islas seguían estando incomunicadas durante los períodos de mal tiempo. Después de la guerra, la mayoría de los hombres jóvenes emigraron y la población pasó de las 73 personas que había en 1920 a tan sólo 37 en 1928.

Al marcharse la mayoría de jóvenes, se hizo mucho más complicado continuar con el antiguo esquema de reparto de las tareas cotidianas según el cual los más capacitados se encargaban de conseguir el alimento para aquellos que no podían valerse por sí mismos, ya fuera porque eran personas mayores o por estar enfermos. De esta manera, las condiciones de vida de los quedaron se resintieron.

Posteriormente, en 1926, murieron cuatro hombres de los que se habían quedado de gripe. Todo esto coincidiendo con una serie de malas cosechas. Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue la muerte por apendicitis de una chica embarazada en 1930. Los isleños hicieron señales a un barco que pasaba por la zona para que acudiera a ayudar a la joven, pero las olas hicieron imposible enviar un bote en su búsqueda. Tuvieron más suerte unos días más tarde, esta vez otro barco que pasaba sí que pudo enviar un bote para recogerla, sin embargo, para cuando la joven llegó al hospital de Glasgow era ya demasiado tarde para salvarla a ella o al bebé.

Embarcando para quizás no volver jamás a Saint Kilda

Finalmente, el 10 de mayo de 1930 la comunidad decidió enviar una carta colectiva a William Adamson, el Secretario de Estado para Escocia, solicitando su evacuación. En ese momento la isla pertenecía a Sir Reginald MacLeod, quien afirmó, con algo de tristeza, que aquellas familias que se marchaban habían sido arrendatarias de su familia durante mil años. Su afirmación no se puede verificar, pero es probable que tenga algo de cierto.

Los habitantes de las islas fueron realojados en Argyll. El gobierno se encargó de proporcionarles casa y trabajo. Los hombres pasaron a trabajar para el servicio forestal. Era la primera vez que tenían un jefe y era, además, un curioso trabajo para alguien que había vivido toda su vida en una isla en la que no crecían los árboles.

La adaptación no fue fácil. Los isleños no estaban habituados a una economía basada en el dinero. En las islas todo se repartía a partes iguales y todos se ayudaban entre sí. Sin embargo, en tierra firme todo era muy distinto. El sueldo no era suficiente, pero tampoco contaban con ahorros ni pensiones. Además, su resistencia a las enfermedades era menor que la de las gentes del lugar. Varios niños murieron de tuberculosis en los años siguientes a la evacuación. No es de extrañar que los isleños no tardaran en sentirse desilusionados. La evacuación no había resultado ser la solución a todos sus problemas, como ellos esperaban.

St Kilda Britain’s Lonliest Isle 1928, documental que muestra la visita del primer barco, después de 9 meses de aislamiento. Ver en youtube.com

Con el paso del tiempo y los esfuerzos del gobierno, los más jóvenes se fueron adaptando y pudieron optar a una vida mejor, sin importarles, aparentemente, que esto supusiera la desaparición de un modo de vida único y ancestral.

Por su parte, el antiguo señor, Reginald Macleod, vendió las islas a Lord Dumfries un año después de la evacuación. Durante los años siguientes, las islas permanecieron en soledad durante la mayor parte del año. Sólo en verano, con el regreso de alguna de las antiguas familias, la vida parecía volver a la isla. Aunque poco a poco, las visitas fueron disminuyendo y en 1939 los tejados de las casas comenzaron a hundirse. Hasta 1957, las islas no volverían a estar habitadas. Unos años antes, el gobierno británico incorporó Saint Kilda a su sistema de seguimiento de misiles, para lo que se construyeron una serie de instalaciones militares.

Una de las casas durante el invierno. Foto de jonesor

Hoy en día, aunque no cuenta con residentes permanentes, Hirta continúa habitada durante todo el año por un pequeño número de civiles que trabajan en la base militar. La población aumenta en verano con la llegada de científicos y equipos de voluntarios que colaboran en los trabajos de conservación de las casas y muros que aún quedan en la isla. De los habitantes que vivían en la isla antes de la evacuación, en 2009 sólo quedaban vivos dos.

Enlace permanente a Y las islas Saint Kilda se quedaron solas

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- Rockall, la roca en medio del mar

+info:
- St Kilda, Scotland in en.wikipedia.org
- St Kilda, a World unto Itself (PDF) by Nick Atiken in stonexus
- St Kilda in Abandoned Communities
- St Kilda by The National Trust for Scotland
- St Kilda: the edge of the world in guardian.co.uk
- The Cleitean of the St. Kilda Archipelago in the Outer Hebrides by Chistrian Lassure
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lunes, 17 de agosto de 2009

La Citadelle Laferrière, la fortaleza de los que no querían volver a ser esclavos

En lo alto de Pic La Laferrière, de 900 metros de altura, sobre las llanuras del norte de Haití, se levanta la Citadelle. Una fortaleza inexpugnable con apariencia de barco de guerra que sobresale de entre las nubes. En su época, se convirtió junto con sus 365 cañones en la garantía de que los haitianos no volverían a tener nunca amo, o por lo menos uno que fuera blanco.

La ciudadela. Foto original Haiti Tour

La Citadelle fue construida por el rey Henri Christophe a comienzos del siglo XIX para defender el interior del país en caso de que los franceses decidieran volver para recuperar su antigua colonia, la única nación que nació como resultado de una revuelta de esclavos. La estrategia a seguir era sencilla: al primer signo de posible invasión, aplicar una política de tierra quemada – quemar las ciudades, las cosechas – y retirarse a las montañas, desde las que iniciarían una guerra de guerrillas y emboscadas.

El principal deseo era sobrevivir al coste que fuera y nunca volver a ser esclavos, nunca volver a las plantaciones. Por otro lado, Christophe también quería asegurarse que no sería capturado y enviado a Francia, como le había ocurrido a Toussaint Louverture, otro líder rebelde haitiano, capturado en 1802 y que acabó sus días en una prisión de una de las regiones más frías de Francia.

El constructor, Christophe, había dirigido los ejércitos haitianos no sólo contra los franceses, sino también contra Gran Bretaña y España, durante la revuelta que duró 12 años y que acabó con la proclamación de independencia de Haití en 1804. Durante esa rebelión, Christophe aplicó por primera vez la estrategia de tierra quemada, al ordenar quemar la ciudad de Cap-Haitíen, su ciudad, cuando los franceses invadieron el puerto en 1802 con el objetivo de aplastar el levantamiento. La acción dejó a los franceses sólo con ruinas y campos arrasados.

Christophe ordenó la construcción de la fortaleza en 1805, cuando era general del ejército haitiano y gobernador de la parte norte del país. Al año siguiente, junto con Alexandre Pétion, dio un golpe de estado contra el emperador haitiano, Jean-Jacques Dessalines, otro héroe de la independencia. La muerte del emperador desató una lucha por el poder entre Christophe y Pétion, que acabó con Haití divida en dos partes, la norte cayó bajo el control de Christophe y se autoproclamó rey Henri I en 1811.

Subiendo. Foto original Haiti Tour

Torre principal. Foto original drbastianyup

A la hora de decidir el sistema productivo a seguir, Christophe tuvo que escoger entre uno similar al de las plantaciones esclavistas, que había demostrado su éxito, o repartir la tierra entre los campesinos, que sería mejor recibido por el pueblo. El nuevo rey optó por el primero. Y pese a que no restableció la esclavitud, estrictamente hablando, sí que impuso un régimen semi-feudal, en el que se suponía que cada hombre capaz tenía que trabajar en las plantaciones. Como resultado, el norte de Haití durante su gobierno se convirtió en un reino despótico y opresivo, aunque relativamente rico.

Por el contrario, el estado del sur dividió la tierra en pequeñas posesiones. El sistema era mucho menos productivo, la economía de la mayoría de los campesinos se limitó a la de supervivencia, lo que causó que el gobierno de Pétion estuviera permanentemente al borde de la bancarrota. Pese a todas estas penurias, en el sur se dieron algunos de los gobiernos más liberales y tolerantes que jamás haya tenido Haití. Por el contrario, el rey Henri creó su propia nobleza a imagen y semejanza de las europeas. En un comienzo, 4 príncipes, 8 duques, 22 condes, 37 barones y 14 caballeros.

La Citadelle no estaba sóla, sino que formaba parte de todo un sistema de fortificaciones diseñado para evitar una invasión francesa. Un francés y un inglés fueron los encargados de dirigir las obras. La Citadelle se encuentra en una montaña, cerca del palacio Sans Souci (el Versalles de Haití), sede del gobierno de Christophe que había construido en la ciudad de Milot, unos 40 km tierra adentro de Cap-Haitíen. La Citadelle estaba pensada para convertirse, en caso de necesidad, en el último bastión al que se retiraría el rey y su guardia personal para luchar y resistir a los invasores. Desde su situación privilegiada podían vigilar los valles cercanos, la ciudad de Cap-Haitíen y el océano Atlántico (se dice que en días despejados se puede llegar a divisar hasta la costa este de Cuba, a unos 140km de distancia).

Muros. Foto original agalleguillos

Munición. Foto original agalleguillos

Galería con cañones. Foto original Haiti Tour

Los haitianos equiparon la fortaleza con 365 cañones, en su mayoría capturados a los franceses, ingleses y españoles. El gran calibre de algunos de los cañones y la altura desde la que dispararían habrían permitido a los defensores bombardear a los invasores a una gran distancia, lo que habría hecho muy difícil a cualquier ejército poner sitio a la ciudadela.

Repartidas por todo el fuerte, aún se amontonan más de 50.000 balas de cañón, ordenadamente apiladas formando pirámides, el bombardeo podría haber sido interminable. En el recinto había ocho grandes cisternas de piedra, que recogían el agua de la lluvia, y multitud de almacenes. Cisternas y almacenes estaban diseñados para almacenar suficiente agua y comida para que una guarnición de 5.000 hombres pudieran resistir un año. La fortaleza contaba, además, con estancias palaciegas para alojar al rey y a su familia. También había mazmorras, baños y hornos para hacer pan.

La construcción fue larga y costosa, se necesitaban meses para llevar un único cañón desde la costa a lo alto de la fortaleza. Desafortunadamente, para un país que quería huir y olvidar la esclavitud, la fortaleza fue construida con un sistema muy similar al del trabajo forzado, 20.000 hombres trabajaron durante 15 años.

Los muros de 4 metros de grosor y que alcanzan alturas de hasta 40 metros convertían la Citadelle en una fortaleza inexpugnable. Por si fuera poco, estaba rodeada por fuertes caídas en tres de sus flancos, excepto el trasero. Para proteger este posible punto débil se construyeron otros cuatro pequeños fuertes, en el Site des Ramiers. Dentro de las murallas, el fuerte tiene, además, una serie de puertas defensivas con puentes levadizos y pasadizos ciegos para engañar a los atacantes. Finalmente, en el corazón de la ciudadela se encuentra el patio central, que alberga el cuartel para los oficiales.

La Citadelle nunca se utilizó, no hubo invasiones, sólo intentos de bloqueo económico. Las potencias coloniales temían que la revuelta de esclavos de Haití pudiera servir de inspiración para levantamientos similares en el Caribe o en los Estados Unidos. El historiador Patrick Bellegarde-Smith, autor de “The Breached Citadel”, sostiene que fue la incapacidad de Francia para sofocar el levantamiento haitiano la que motivó a Napoleón a vender las posesiones francesas en Norte-América, la Adquisición de Luisiana en 1803.

Uno de los patios. Foto original drbastianyup

Interior del fuerte. Foto original Haiti Tour

En un país como Haití, Christophe y su fortaleza tienen un lugar reservado no sólo en su historia, sino también en las creencias populares. En una cultura con una extendida creencia en lo sobrenatural, hay leyendas en las que se relatan los vuelos mágicos de Christophe entre su palacio y la cumbre de la Citadelle. “Christophe era un gran hombre con una gran magia”, afirma uno de los guías que hoy enseña el recinto a los turistas.

Otra de esas leyendas cuenta que después que su cuñado muriera en una explosión en la Citadelle, Christophe se enfureció de tal manera que dirigió el más grande de sus cañones hacia el cielo y desafió a Dios para que luchara con él. Según esta leyenda, Christophe disparó el cañón al cielo, aunque en vez de la bala salir disparada hacia las alturas, fue el cañón el que se hundió en el suelo.

En julio de 1820, Christophe sufrió un ataque al corazón mientras asistía a misa en la cercana localidad de Limonade. Christophe quedó paralizado. Otra vez, una leyenda cuenta que el ataque de Christophe fue causado por el espíritu de un sacerdote local, al que él había encarcelado y ejecutado.

Christophe no se recuperaría jamás de ese ataque al corazón y con algunas de sus tropas amotinadas, temiendo un golpe de estado, se suicidó disparándose una bala de plata al corazón el día 8 de octubre de 1820. El pueblo hacía tiempo que se encontraba tajantemente en contra de él y de su modelo feudal. A pesar de los esfuerzos de Christophe para impulsar la educación y establecer un sistema legal, Henri fue un monarca impopular y autocrático, que además de al descontento dentro de su reino, tuvo que hacer frente al constante conflicto con el sur.

Después del suicidio, su cuerpo fue llevado por sus seguidores a la Citadelle para ser enterrado. Allí lo cubrieron con cal viva para evitar que sus enemigos mutilaran el cadáver. Un túmulo de piedra caliza en uno de los patios interiores se cree que señala su tumba. Al poco, la Citadelle fue abandonada.

Las dimensiones colosales de la fortaleza la han convertido en uno de los símbolos nacionales de Haití. Para muchos haitianos es un símbolo de la lucha por su propia libertad y de lo que pueden conseguir cuando deciden unirse en vez de luchar entre ellos. El anterior presidente, Jean-Bertrand Aristide, dijo en su día que “la Citadelle refleja los sueños que nuestros padres tenían para el país”. Dejando a un lado los claroscuros de su construcción.

Vista aérea. Fotor original de mackologist

La ciudadela, que ocupa 10.000 m2, es un edificio angular, por lo que ofrece un aspecto diferente en función del punto en el que se encuentre el observador. Los cimientos del edificio fueron construidos directamente sobre la roca y sujetados usando una mezcla de mortero que incluía cal viva, melaza y la sangre de las vacas y chivos. Supuestamente, estos animales eran sacrificados derramando su sangre sobre las paredes en construcción para que los espíritus y dioses vudú proporcionasen poder y protección a la estructura. Tal vez es esa protección la que le ha permitido resistir varios terremotos desde su construcción.

La fortaleza fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982. Actualmente es visita obligada para los turistas que visitan la isla.

Enlace permanente a La Citadelle Laferrière, la fortaleza de los que no querían volver a ser esclavos

PS: La fortaleza en Google maps

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+info:
- Haiti’s Turbulent Birth Haunts Crumbling Fortress by Douglas Farah, The Washington Post
- The Strength between clouds by Aaron Gamalien Branches
- Citadelle Laferrière in en.wikipedia.org
- Fortaleza Laferrière en es.wikipedia.org
- Dominican Republic and Haiti, Lonely Planet Guide in googlebooks
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lunes, 13 de abril de 2009

El monasterio imposible de la isla de Skellig Michael

La isla de Skellig Michael en Irlanda es un lugar en el que parece imposible vivir. Sin apenas un palmo de tierra llano, sus inclinadas pendientes y acantilados convierten un simple paseo en una peligrosa aventura los días en los que las tormentas y vientos azotan la roca. Pese a todas estas dificultades, o tal vez por ellas, en el siglo VI una comunidad de monjes ascetas escogieron sus salientes sobre el océano para huir del mundo y construir un austero monasterio.

Vista de la vecina Little Skellig desde el monasterio. Danny O’Brien

La vida monástica cristiana tiene su origen en la creencia que la unión con Dios es más fácil de alcanzar escapando de la civilización a áreas aisladas, donde la supervivencia es difícil. En el siglo III los cristianos egipcios huían de las tentaciones y distracciones que abundaban en las ciudades al desierto para llevar una vida solitaria de oración, meditación y ayuno. En el siglo IV, sin embargo, estos grupos de de ascetas empezaron organizarse en comunidades en las que aún seguían viviendo separados, pero en proximidad unos de los otros, reuniéndose los sábados y domingos para las celebraciones religiosas.

Con el tiempo aparecieron las primeras comunidades de monjes que llevaban una vida en común, aunque la vida monástica aislada en zonas desoladas, inaccesibles y duras siguió siendo considerada la forma más pura. En toda Europa se admiraba a los primeros anacoretas del desierto, pero en ningún otro lugar se les imitó tan fielmente durante tanto tiempo ni a tan gran escala, como en Irlanda. El primer paso para imitar a los eremitas del desierto era encontrar un equivalente irlandés del desierto egipcio. Algunos lo buscaron en tierra firme en los desiertos de árboles, los bosques, pero los más decididos lo buscaron en las islas del “mar sin caminos”.

La segunda mitad del siglo VI vio el comienzo de otra forma de vida monástica irlandesa, comunidades de monjes dispersas geográficamente, pero unidas bajo el abad del monasterio principal. Con el tiempo algunas de estas comunidades pasaron a depender de las familias aristocráticas y empezaron a alejarse de sus valores. Durante el siglo VII las confederaciones monásticas se hicieron aún más importantes y habituales en Irlanda. Pero los ideales de simplicidad ascética y austeridad no se habían olvidado, y los monasterios seguían animando y apoyando a los que se decidían a seguirlos.

La isla en un día de niebla. HighTower3

Vista desde el pico sur, próximos a la cresta se pueden distinguir los clocháns del monasterio. Christopher Earls Brennen

Vista aérea del monasterio

Es el algún momento del siglo VI cuando la isla de Skellig Michael un grupo de monjes ascetas desembarcó en la isla y tras escalar sus acantilados la convierte en su refugio. Skellig Michael es un islote rocoso y abrupto, y aún hoy es un lugar de difícil acceso y bastante inhóspito a 15 kilómetros de la costa de Kerry. Al ser la cima de una montaña submarina, ofrecía pocas zonas llanas, excepto pequeños y peligrosos salientes. La isla cuenta con dos picos, uno a cada lado de “el valle de Cristo”, una pequeña depresión con forma de U. El pico del noreste es de 185 y otro en el sudoeste de 218 metros.

El nombre de la isla viene del irlandés “Sceilig Mhichil”, la roca de Miguel, refiriéndose al Arcángel Miguel, que según cuenta la leyenda acudió a Irlanda en ayuda de San Patricio en su lucha contra las serpientes y demonios. El eremitorio se construyó en un saliente de la cara sur de la cumbre del noreste, buscando así la protección de los vientos. El conjunto se encuentra dividido entre dos terrazas situadas a 168 y 183 metros sobre el nivel del mar, la inferior está delimitada por un muro de contención. Era un monasterio muy sencillo, compuesto sólo por seis clocháns (barracas de piedra típicas de Irlanda) con forma de colmena y dos oratorios.

Los dos oratorios parecen la aplicación de la arquitectura típica de los clochán sobre una planta rectangular. Son estructuras pequeñas con una puerta en la parte oeste y una pequeña ventana en la este. Uno de los oratorios está situado entre las celdas, mientras que el otro un poco más al noreste. Bastante cerca del primer oratorio se encuentran las ruinas de la iglesia de Saint Michael, aunque tradicionalmente se cree que esta construcción es posterior a los demás edificios del monasterio, las pruebas del carbono-14 han permitido datarlo en el siglo VIII.

Para la construcción de los edificios y muros de contención del monasterio se utilizó el único material que abundaba en la isla, las piedras, que fueron encajadas cuidadosamente unas con otras mediante el uso de la técnica de la piedra seca, sin cemento o mortero. El único edificio en el que se usó con mortero de la isla fue el de la Iglesia de Saint Michael.

El conjunto no es muy grande, probablemente jamás vivieran en él más de doces monjes y el abad simultáneamente. El monasterio lo completaban cruces de piedra, lápidas y unas cuantas estructuras con forma de “leacht”, la mayor de las cuales es conocida como el “Cementerio de los Monjes” y dos cisternas para recoger y purificar el agua de la lluvia. Los leacht son estructuras de forma cuadrada o rectangular construidas habitualmente también en piedra seca y muy habituales en las islas monasterio de Irlanda. Aunque su función exacta aún se desconoce, se cree que podían servir para señalar los lugares de entierro de santos o para guardar sus reliquias. También sería posible que hubieran sido usados como altares o tal vez para ambas cosas.

Plano del monasterio. The Archaeology of Early Medieval Ireland by Nancy Edwards

Posible reconstrucción del oratorio. Por Grellan Rourke

Los clocháns del monasterio fueron construidos en al menos dos fases. El primer núcleo está compuesto por cuatro clocháns circulares en su planta exterior pero cuadrangulares internamente. Posteriormente se construyeron otros dos, que además podían haber estado cubiertos por un manto de césped para mejorar su aislamiento térmico.

Los monjes también construyeron una serie de peldaños y tramos de escaleras, para subir al monasterio se dice que hay que subir 600, que partían de los tres puntos de desembarco, lo cual y debido a la pendiente del terreno fue toda una proeza. Más alta que el monasterio, en el pico sur, se encontraba una ermita que se agarraba a los salientes de la roca para no caerse. Al no existir una superficie llana donde construir, esta se tuvo que crear construyendo muros en el borde los salientes naturales. Como en la construcción del resto de terrazas, manipular piedras pesadas al borde de un precipicio era una tarea arriesgada y habría requerido del uso de sogas para asegurar a los monjes mientras las construían.

El pico sur cuenta también con tres terrazas, una de ellas con una pequeña iglesia, una cruz de piedra y otro leacht. La inferior de todas ellas es conocida como la “del jardín” y hubiera sido desde luego el mejor sitio de este pico para esa función. Eran tres trozos de tierra nivelados gracias a muros de contención, ninguno de ellos muy grande. La del jardín tenía una longitud de 13 metros de largo por una anchura que iba de entre los 2 a los 4 metros.

Clocháns y cruz celta. Rene Kolmer

Diagrama del pico sur

Las condiciones de vida en Skellig debieron ser siempre muy difíciles hasta el punto de que algunos historiadores sostienen que los monjes abandonaban el lugar en invierno. El acceso debió de ser también un problema y la comunidad podría haber permanecido aislada durante largos periodos, incluso en verano. La dieta de los monjes, adaptada al entorno, habría estado compuesta de pescado, huevos y aves marinas. Según algunos historiadores los monjes llevaron vacas y ovejas a la isla, aunque estas acabaron cayendo por sus laderas. En cualquier caso, es probable que los monjes intentaron complementar su dieta con verduras mediante el cultivo de la terraza “del jardín”. El resto de alimentos, tales como el trigo, les tenía que ser traído desde tierra firme, aunque se desconoce hasta qué punto los monjes eran dependientes del suministro externo de provisiones.

Por si el duro entorno no fuera suficiente, los monjes de la isla fueron visitados por los vikingos. El primer saqueo del que se tiene constancia es del año 824, durante el cual los vikingos se llevaron consigo al abad Etgal, que, según se cuenta en el “Annals of Inisfallen”, acabó muriendo de hambre. Era una creencia habitual entre los vikingos que todos los monasterios poseían valiosos objetos de oro y plana, o hombres importantes, como el abad, por los que se podía obtener un buen rescate.

Los vikingos repetirían, al menos, la visita en el 850. Los monjes del monasterio tenían motivos para temerlos, los accesos al monasterio no eran fáciles de defender. El monasterio, de hecho, era accesible a través de tres tramos de escaleras diferentes situados en los diferentes lados de la isla, que aparte de su inclinación, no ofrecían ningún otro obstáculo. Sin embargo, la situación era muy diferente en el pico sur, su único acceso era un pasaje obscuro, una chimenea estrecha y fácil de defender, el “Needle’s Eye”, en el que un único monje arrojando piedras podía detener el ascenso de los saqueadores.

La ermita situada en el pico sur, y que además era invisible desde los niveles inferiores de la isla, habría podido constituir así un refugio seguro durante períodos de tiempo cortos, siempre y cuando lo monjes hubieran tenido suficiente tiempo para prepararse y esconder sus tesoros. Como en otros monasterios costeros irlandeses la protección más efectiva la ofrecía el mar y sus tormentas, como cuenta un poema irlandés del siglo IX: “El viento es violento esta noche – agitando el rizado blanco océano. – No tengo que temer que los fieros vikingos – crucen el Mar de Irlanda.”.

En el siglo XIII, las ya duras condiciones de vida de las islas atlánticas de Irlanda empeoraron de tal manera que muy probablemente pasar todo el año en Skellig Michael, entonces sí, se convirtió del todo en imposible. Un deterioro general de clima producido por un desplazamiento hacia el sur del vórtice circumpolar, había comenzado en torno al 1200 y trajo como resultado una expansión del casquete polar. Un tiempo más frío y unas tormentas marinas más frecuentes y severas parece que podían haber obligado a los monjes a abandonar el lugar y mudarse a tierra firme, al monasterio agustino de la bahía de Ballinskelligs, en el Condado de Kerry.

Skellig Michael views. HighTower3

Skllig Michael Stairway by kcmac

Leacht en la isla monasterio de Inishmurray

Existen también otras razones históricas para que el monasterio dejara de ser ocupado permanentemente. Por un lado la búsqueda del “desierto marino”, llevó a los imitadores de los primeros ascetas a fundar monasterios en sitios cada vez más alejados de Irlanda. Los monjes irlandeses fundaron monasterios en las islas de la vecina Escocia, Inglaterra, las Feroe o incluso Islandia. El ideal monástico de ir al exilio por el amor a Dios prendió entre la iglesia irlandesa. Al mismo tiempo, se empezaron a implantar en Irlanda nuevas órdenes monacales provenientes de Europa que nada tenían que ver con la tradición de las islas monásticas. La gran época de las colonias eremíticas de Irlanda tocaba a su fin.

A partir del siglo XVI la peregrinación a Skellig se convirtió en habitual, y la isla atraía numerosos penitentes que acudían de toda Irlanda y Europa para buscar la reparación por sus pecados. Por si lo remoto del monasterio no fuera suficiente, los peregrinos ascendían aún más alto, hasta los 218 metros del pico sur. En este pico, conocido como el “nido del águila” había una losa de piedra (desaparecida en torno al 1977) que tenía que ser besada como culminación de la peregrinación. Muchos sólo se atrevían a llegar a la losa gateando y aún así los fuertes vientos y la altura lo convertían en todo un desafío a la muerte. Además la cresta del pico, que es conocida como “the spit”, es de unos 3 metros de longitud y su anchura es variable, siendo en su punto más estrecha de tan sólo 20 centímetros.

Durante este tiempo, los monjes del vecino monasterio de Ballinskelligs, seguían cuidando y usando el monasterio, aunque sólo de manera intermitente, tal vez como retiro estival. El Skellig Michael permanecería en mano de los monjes de Ballinskelligs hasta el 1578, cuando la reina Elizabeth I disolvió algunos monasterios y la isla pasó a manos privadas, en las que permaneció hasta que en 1820 fue comprada por una corporación del puerto de Dublín con objeto de construir dos faros en ella. De este manera la isla volvió a estar habitada de manera permanente, esta vez por turnos de guardafaros.


Video de la BBC sobre la roca, ver video en youtube.com

En la actualidad el segundo faro aún sigue operativo, aunque fue reconstruido en los 60 y automatizado en los 80. En 1986 se llevaron a cabo una serie de trabajos de restauración de los restos del monasterio y sus terrazas, y se estableció una oficina de turismo para promocionar la isla. Sin embargo, recientemente se han establecido restricciones al acceso de turistas, al constatar que este estaba dañando los restos arqueológicos, en especial las piedras de las antiguas escaleras. El monasterio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1996.

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+info:
- The Forgotten Hermitage of Skellig Michael by Walter Horn et al. University of California Press
- The Archaeology of Early Medieval Ireland by Nancy Edwards in googlebooks
- Skellig Michael in Diocese of Kerry
- To Skellig Michael, Monastery in the Sky by Daniel Taylor in ChristianityToday.com
- Skellig Michael in en.wikipedia.org
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